INFINITO MÁS UNO, la productora de la película “La última cima” (Ver los primeros cinco minutos), dirigida por Juan Manuel Cotelo, acaba de publicar la que fue la última conferencia pública del sacerdote Pablo Domínguez, unos días antes de irse a las montañas a dirigir un retiro espiritual y, a continuación, a practicar su deporte favorito en la cima del Moncayo: el montañismo, en donde habría de morir en un trágico accidente.
Once años han transcurrido desde la presentación de la película-documental que recoge testimonios de la vida y labor de Pablo Domínguez como catedrático, como persona y como sacerdote, quien tocó a su vez, con la fuerza de la Gracia, la vida de muchas personas a las que transmitió esperanza y, con ella, les devolvió la Fe que creían perdida.
Las charlas grabadas durante los días del retiro fueron recopiladas y transcritas por las religiosas, y con ellas se editó de manera póstuma el libro titulado “Hasta la cima”.
Por aquellos días, luego de leer el libro y conversando con un amigo graduado en Teología, cuando me preguntó “qué tal”, refiriéndose a cómo me parecía el contenido, tuve oportunidad de responderle:
—Hacía tiempo que no “oía” a alguien hablar así, referirse a las realidades cotidianas y a las espirituales de la manera en que “Pablo” lo hace –dije, como si hubiéramos sido grandes amigos e intercambiado impresiones alguna vez sobre éste, su legado espiritual.
Y añadí:
—Por primera vez en muchos años, me sentí verdaderamente evangelizado.
Y es que en esta época atrapada entre la ficción, los sueños, la fantasía, la irrealidad y la mentira, entre el absurdo y la irracionalidad, cobra vigencia ese anhelo de infinito que todo hombre lleva grabado en su alma y que empuja su corazón. En un mundo de argucias, de engaños, de sutilezas, de trampas y de ironías mediadas por la mentira, en el que el inocente es burlado por ingenuo y valorado como un tonto, adquiere una especial relevancia el tema de la Verdad, la cual llega –como una espada que divide– a cortar la corrupción y a romper las ataduras que nos envuelven.
Hoy, sin sospecharlo siquiera, muchos que andan a la deriva en este maremágnum de sobreestímulos y confusión, también llevan en su pecho un fuego que arde y les atiza, al menos, para preguntar –como Pilatos–: “¿Qué es la Verdad?”. Aunque, como él, se apresuren de nuevo a sus asuntos sin esperar la respuesta que podría liberarlos.
Pero contrario a Pilatos, hubo por allá en el siglo IV un hombre inquieto, que anduvo buscando “la luz” en todo cuanto creía que podía hallarla y experimentarla. Se trata nada menos que de quien habría de llegar a ser algunos años después el Obispo de Hipona, hoy San Agustín, quien comenzó su itinerario “Buscando la Verdad”.
La suya fue, en primera instancia, una “conversión intelectual”. Movida por la gracia, sí; pero hasta que ésta alcanzó y tocó su entendimiento, sus facultades superiores, Agustín no estuvo en condiciones de doblegar sus más bajas pasiones. Por eso llegó a exclamar:
“Tarde te amé, hermosura siempre antigua y siempre nueva. Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí”. San Agustín, “Confesiones”.
A otro santo, a San Francisco de Asís, se le atribuye una expresión: “Ten cuidado con lo que deseas, porque es muy posible que lo obtengas”. Y Jesús, el Señor, dijo: «Al que llama, se le abrirá. Al que pide, se le dará. Y el que busca, encontrará».
Si alguna vez has sentido inquietud por la Verdad, esta es una ocasión de oro para encontrar respuestas.
Ver también: La Dictadura del Relativismo (forhumchristi.com)
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