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Descubrir humanamente el mundo que nos rodea

Foto del escritor: DirectorDirector

Actualizado: 14 jun 2023

«Entre cielo y tierra no hay nada oculto». Sabiduría Popular

«Lo que fue, eso será, y lo que se hizo, eso se hará; no hay nada nuevo bajo el sol». Eclesiastés 1, 9

Pues bien, de lo que existe, de lo que es real, de lo que tiene entidad propia en el Orden Sagrado, en el Orden Natural y en el Orden Humano, de la correlación entre los tres, es de lo que trata ForHum Christi. En términos simples: de lo que es necesario al hombre como tal, aunque hoy día no sea evidente ni parezca importante.


Este es un lugar para reflexionar y hablar con libertad y, por ello mismo, con seriedad y responsabilidad sobre lo humano, esto es, en atención al crecimiento, madurez y desarrollo de la Persona; pero también sobre lo divino, de cara a una concepción cristiana del hombre y, en consecuencia, a su redención y salvación.


Los nuestros son temas abordados ya sea mediante apuntes, comentarios y reflexiones, e ilustrados con algunas citas y sentencias pertinentes. Son examinados a la luz de aquellos aspectos que mejor delinean y definen nuestro estatus humano. Los tratamos con la mayor sencillez posible, pero sin detrimento de la profundidad allí en donde sea necesaria, habida cuenta de lo delicados que son muchos asuntos y de su real importancia.


Aquí insertamos pensamientos y reflexiones, pero también divagaciones y digresiones, como suele ocurrir en las conversaciones normales entre amigos. La única diferencia consiste en que procuramos sostener una conversación inteligente, atendiendo al hecho de que la realizan personas inteligentes y respetuosas.


Nos anima un claro propósito educativo, por lo cual dejamos establecido que entendemos la educación en su raíz etimológica y en su finalidad ética: “conducir desde sí”. Esto es, con plena consciencia, conciencia y autonomía; es decir, respetando nuestra naturaleza y finalidad humanas, y el libre albedrío de la Persona, llamada siempre a asumir los deberes y las responsabilidades que le son inherentes, únicos entre todos los demás seres de la Creación.


El reconocido educador colombiano, Pbro. Juan Jaime Escobar, indicaba en una conferencia dictada a maestros y padres de familia de una prestigiosa Escuela Normal Superior:


«El problema de la Educación no es de Medios, sino de Fines»,

lo cual significa que va más allá de las dificultades relativas a dotación e infraestructura –cuya carencia puede entorpecer y cuya disponibilidad puede facilitar–, así como de los enfoques metodológicos y didácticos –que condicionan pero no determinan–.


A su vez –sirviéndose de un malentendido etimológico en el que se mezcla una raíz griega con una derivación latina– recalcaba el papel y la función del alumno, al que definía como A-lúminis(palabra que, por sí misma, carece de sentido), para enfatizar el ideal al que debe obedecer y responder: «El que mira y avanza hacia la Luz».


Pero si quien busca dicha “luz”, aunque obre por sí mismo, lo hace movido solamente por la curiosidad, perdería gran parte de su tiempo y de su esfuerzo, pues su actuación no pasaría de ser espontánea y sin dirección y, como tal, una búsqueda ciega e insuficiente, en pos de un destello efímero o de un fuego fatuo, pero no de una luz real que alumbre con suficiencia, y menos, que indique el camino y conduzca a él o que permita transitarlo con seguridad.


En contraste, emerge la figura del Discípulo, esta sí verdaderamente consistente, pues tiene la certeza del camino por el que ha decidido avanzar y, por lo tanto, está más consciente de lo que busca y de lo que quiere –no movido ya por el simple impulso de una curiosidad errática, sin método y sin horizonte–, de su itinerario, del esfuerzo que demanda, de las renuncias y privaciones que implica, pues tiene claras la meta que desea alcanzar, las exigencias para lograrlo y las responsabilidades que deberá asumir cuando lo haga.


De lo anterior se colige que no hay discípulo sin un buen maestro. Esto supera al enfoque hoy predominante, según el cual el acto de educar consiste sólo en “sacar de adentro” –en alusión al “diamante en bruto” que se presume cada uno trae y “es”–.


En tal sentido, permítasenos discrepar de quienes afirman que “el hombre nace bueno pero la sociedad lo corrompe”. Nosotros pensamos que el hombre ES DIGNO, pero debe esforzarse por alcanzar su auténtica estatura natural y humana, y demostrar que lo es. Pero sólo puede hacerlo a la luz del descubrimiento y de la asunción de su dimensión trascendente y sobrenatural, de reconocerse –con plena inteligencia y humildad– como criatura, con una naturaleza diferente y con un propósito eminente. Y ese es el objeto de la Educación.


El sólo “educir”, tiende a desvincular a la persona de su entorno humano y social natural: la Familia, propiciando el desarraigo y el individualismo, fenómenos ya presentes y operantes en la desestructuración de nuestra sociedad. Si entendemos la educación solamente así –desde esta bien intencionada pero equívoca reducción–, en realidad es porque no comprendemos a la Persona en su complejidad e integralidad, porque ignoramos sus dimensiones constitutivas y los dinamismos que les son inherentes, los cuales generan tensiones emocionales y creativas, y que deben ajustarse y equilibrarse correctamente.


Sin esta comprensión antropológica, ética y trascendente, lo que las personas darán de sí no será más que la expresión de un talento natural y un dominio técnico adquirido, pero con notorios vacíos de humanidad.


Por eso nuestras reflexiones tienen ese enfoque y ese tono. Porque “aunque no haya nada nuevo bajo el sol”, en realidad no somos plenamente conscientes de lo que ocurre entre cielo y tierra. Para contribuir a ello es este espacio, y estamos

seguros de que será una gran experiencia.


Recapitulando: si queremos descubrir humanamente el mundo que nos rodea, es indispensable distinguir:

Educir y Educar son diferentes. Educir es una premisa bien intencionada, plena de ‘tecnologías educativas y recursos didácticos’, pero insuficiente: no basta con “sacar de adentro”. Educar, en cambio, supone exigencia y, por lo tanto, autoridad, hasta que la Persona aprenda a “conducirse desde sí”, con plena consciencia, conciencia y autonomía, de manera libre, consciente y voluntaria.


Son dos caminos muy diferentes, y sus puntos de llegada y resultados lo son aún más, como dos embarcaciones que, saliendo del mismo puerto y navegando por el mismo mar, tienen coordenadas divergentes y sus trayectorias acaban siendo opuestas.


Nuestro compromiso es con una auténtica Educación, mediante la cual la Persona y la Sociedad alcancen su verdadero fin.

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