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El ‘Gran Reinicio’ usurpa la religión: visión teológica | Conferencia de Mons. Viganò en «Civitas»

Foto del escritor: Redacción ForHum ChristiRedacción ForHum Christi

El artículo con el texto íntegro y el video de la conferencia, ha sido publicado en lengua italiana el 31 de agosto de 2022 por el Vaticanista Marco Tosatti, en su sitio web Stilum Curiae.


El título original: Mons. Viganò a Civitas. La visione “teologica” del Great Reset. Che è una Religione. En Español: «Monseñor Viganò en Civitas. La visión teológica del Gran Reinicio. Que es una religión».


El planteamiento del tema, desde el mismo título, es bastante sugerente y llamativo. En primer lugar, por el ‘asunto’: El ‘Gran Reinicio’; en segundo, porque lo aborda de manera comprehensiva, y hace énfasis en una completa visión teológica y ética de dicha cuestión; finalmente, porque afirma que “es una religión”, y explica de qué modo pretende serlo y cómo usurpa el lugar de la verdadera Fe y –con tal intromisión– el que corresponde a Dios como Creador y en la vida social.


Como se puede intuir y se podrá apreciar a lo largo de la lectura, el texto –además de su precisión y rigor conceptual– ofrece una exquisita cadencia expresiva que acompasa con su gran valor intelectual, filosófico, teológico, sociológico e, incluso, político.


A continuación ofrecemos el vídeo de la conferencia de Monseñor Carlo María Viganò, dictada en lengua Francesa, y publicada con el título Le GR est une religion. Aquí, el vínculo al sitio web de Civitas (https://www.civitas-institut.com/). Finalmente, la traducción del Italiano al Español y su respectiva transcripción. Para una más precisa y mejor comprensión del contenido, sugerimos escuchar y seguir la conferencia en Francés.


Las opiniones y afirmaciones contenidas en la transcripción de la conferencia son de la exclusiva responsabilidad de sus autores, y se dejan al examen, buen juicio y criterio del lector. Buena lectura.



«AGERE SEQUITUR ESSE».

«El Acto sigue al Ser».


Una visión teológica del “Gran Reinicio”.


Conferencia virtual celebrada por el arzobispo Carlo Maria Viganò con la Université d'Éte Civitas.


Agosto 14, 2022.


Cuando el ser humano actúa, primero tiene un propósito. Su acción, lo que hace, representa un medio ordenado para un fin, que puede ser moralmente bueno o malo. La acción es un acto de la voluntad, y nace del pensamiento, que es un acto del intelecto. Lo que hacemos, en definitiva, está determinado por lo que somos (el conjunto de nuestras facultades: memoria, inteligencia y voluntad): la escolástica resume perfectamente este concepto con una expresión de tres palabras: “agere sequitur esse”.

 

Nadie actúa sin propósito, e incluso lo que ha estado sucediendo ante nuestros ojos durante más de dos años es la consecuencia de un conjunto de causas concomitantes que presuponen un pensamiento inicial, un principio informador, por así decirlo. Y cuando nos damos cuenta de que las razones que se nos dan para justificar las acciones tomadas no tienen razonabilidad, significa que estas razones son pretextos, razones falsas que sirven para ocultar una verdad inconfesable.


Esta, de hecho, es la forma de proceder del Maligno. Cuando nos tienta, miente para hacernos creer que es nuestro amigo, preocupado por nosotros, por nuestro bien. Como un gran charlatán, que con un rimbombante discurso trata de embaucar a sus oyentes, el diablo nos ofrece sus hallazgos milagrosos, sus elíxires de felicidad y riqueza, a la modesta suma de nuestra alma inmortal. Pero esto, por supuesto, lo hace de manera sigilosa, y como un estafador escribe las cláusulas del contrato con letras pequeñas.


Todo es una mentira cuando se trata de Satanás. Premisas falsas: Tu Dios te oprime con preceptos onerosos. Falsas promesas: Puedes decidir y obtener lo que quieras. Y todo es mentira cuando los siervos de Satanás se organizan para establecer la distopía[1] del Nuevo Orden Mundial.


Ahora, dado que no podemos esperar que todos los conspiradores del Gran Reinicio nos digan claramente cuál es su objetivo final, ya que es algo indescriptible y criminal, todavía podemos reconstruir la menstruación de sus acciones conociendo los principios inspiradores de sus acciones y apoyándolos con sus propias palabras. Y también somos capaces de entender que las razones dadas son sólo pretextos. En efecto, los pretextos, tal y como se presentan, demuestran la malicia y la premeditación, ya que si su proyecto fuera honesto y bueno no necesitarían disimularlo con excusas ilógicas e inconsistentes.


Pero, ¿qué es, este Gran Reinicio? Es la imposición forzada de una cuarta revolución industrial la que llevará al actual sistema económico y social a la implosión y permitirá, a través del empobrecimiento general y una reducción drástica de la población, la centralización del poder en manos de una élite de aspirantes a la inmortalidad y la dominación mundial. Les gustaría reducirnos a una masa amorfa de clientes/esclavos confinados en cubículos y perpetuamente conectados a la red.


A través del Gran Reinicio quieren borrar la sociedad cristiana occidental para establecer una sinarquía liberal-comunista basada en el modelo de la dictadura china, en la que toda la población es controlada y maniobrable a voluntad. En una sociedad inspirada incluso en parte por los valores del catolicismo, los grupos de poder financiero y la élite del Nuevo Orden Mundial no tendrían cabida, pero esto no debería hacer que algunos piensen que su oposición a la sociedad cristiana tiene una motivación esencialmente económica y de poder.


En realidad, lo que desencadena ese odio es que puede existir, incluso en el rincón más remoto del planeta, una posible alternativa a la distopía globalista, un mundo en el que el empleador puede pagar honestamente a sus empleados, en el que el Estado exige impuestos razonables a los ciudadanos, en el que las obras de caridad realizan de forma gratuita y sin especulación aquellos servicios que hoy se subcontratan a particulares con fines de lucro, en el que se respeta la inocencia de los niños y no se permite la propaganda LGBTQ+. Un mundo en el que el Reino social de Cristo se muestre no sólo como posible, sino como la mejor forma de sociedad, administrada para el bien común y la gloria de Dios.


La mera existencia de un término de comparación es una fehaciente negación del engaño globalista, mostrando su fracaso y horror. Las mentiras sobre la necesidad de confinamientos son desautorizadas por la evidencia de que donde no se ha adoptado, los casos de enfermedades graves han sido menores que donde se han impuesto cierres y toques de queda. Las mentiras sobre la efectividad del suero genético son desacreditadas por casos de reinfección de multivacunados, efectos adversos graves, muertes súbitas. Las mentiras “democráticas” sobre el pueblo soberano y los derechos inviolables de la persona han sido negadas y relegadas por reglas absurdas, normas inconstitucionales, leyes discriminatorias y en el silencio del poder judicial. Y, para ser honestos, incluso el término de comparación constituido por la Misa de todos los tiempos, hace imposible preferir su falsificación montiniana[2], por lo que la iglesia bergogliana quiere impedir su celebración y mantener alejados de ella a los fieles. También para imponernos este horror, se recurrió al engaño, diciéndoles a los fieles que la antigua Misa era incomprensible, y que era necesario traducirla y simplificarla para que fuera mejor apreciada por los fieles. Pero era mentira, y si nos hubieran explicado que su propósito era exactamente el mismo que el que se habían propuesto los heresiarcas protestantes, es decir, destruir el corazón de la Iglesia Católica, habríamos ido a buscarlos con horcas.


El mundo globalista, por lo tanto, no tolera las comparaciones. Exige esa exclusividad que denuncia con horror en cuanto no la reclama. Se rasga las vestiduras del poder temporal de la Iglesia –con la complicidad de clérigos y fornicadores heréticos– y luego exige obediencia absoluta e irracional a los dogmas que proclama desde Davos o Bruselas. Celebra la libertad de expresión y de prensa que financia generosamente, pero no tolera ni el disenso ni la verdad, a los que busca hacer simplemente inaccesibles, invisibles.


De nuevo: el mundo globalista no tiene un pasado qué mostrarnos para confirmar la grandeza de sus ideas, su filosofía, su fe. Por el contrario, vive de la falsificación de la historia, del borrado del pasado, de su alejamiento de las nuevas generaciones. Para que no haya nadie que, frente a la Catedral de Chartres, sea capaz de reconocer las imágenes de Cristo y de los Santos. Para que nadie sepa que en la Sainte Chapelle se guardaba la ampolla de Crisma traída por un ángel para consagrar a los reyes de Francia. Para que no pueda conocer sus obras, no encuentre su tumba, no entienda los tesoros del arte y la literatura que han hecho grandes a las naciones católicas. El borrado de la cultura revela la inconsistencia ontológica radical del globalismo frente al esplendor del cristianismo.


El mundo globalista no tiene futuro. O mejor dicho: el futuro que pretende reservarnos es el más sombrío y aterrador que la mente humana puede concebir. El futuro que nos presenta, por lo tanto, es falso e inalcanzable. “No tengo casa, no soy dueño de nada y estoy contento”, tratan de convencernos Schwab y los promotores de la Agenda 2030. Pero su propósito no es hacernos felices –lo que no sucederá puntualmente, por supuesto– sino confiscar nuestra casa y bienes, poniéndolos a nuestra disposición por una tarifa. Cuando nos hablan de pacifismo y desarme, no es porque quieran la paz, sino porque estando desarmados y sin ideales nos dejaremos invadir y dominar sin reaccionar. Al imponernos la aceptación y la "inclusión" –adoptando un léxico de iniciados– no quieren que realmente acojamos e integremos a personas de otras culturas y religiones, sino que creemos las premisas del desorden social y la consiguiente cancelación de nuestras tradiciones y nuestra fe. Cuando nos hablan de “resiliencia” no nos están diciendo que nos protegerán de eventos adversos, sino que debemos resignarnos a absorberlos sin protestar.


Cuando nos acusan de extremismo o fundamentalismo, es sólo porque saben que los fieles y ciudadanos con ideales nobles y santos pueden resistir, organizar una oposición, difundir la disidencia. Y cuando nos imponen la inoculación masiva con un suero genético desprovisto de eficacia pero lleno de efectos adversos graves y letales, no lo hacen por nuestra salud, sino para modificar nuestro ADN y enfermarnos crónicamente, con un sistema inmunológico definitivamente comprometido y una esperanza de vida por debajo de la media de los sanos. Y para incluir en nuestros órganos –como aprendimos de la denuncia presentada recientemente por avv. Carlo Alberto Brusa– nanoestructuras de grafeno autoensamblables, capaces de hacernos geolocalizables, incluso militares.


Nunca esperes la verdad de los proponentes del Gran Reinicio. Porque donde no hay Cristo, no puede haber Verdad, y sabemos cuánto sienten odio por Nuestro Señor. Un odio que no pueden ocultar, que ostentan en los espectáculos inaugurales de los acontecimientos europeos (pensemos en la inauguración del túnel de San Gotardo, los Juegos Olímpicos de Londres y, recientemente, la inauguración de los Juegos de la Commonwealth en Birmingham), en las “recomendaciones” de no celebrar la Navidad y de no usar nombres cristianos para nuestros hijos. Su odio emerge dolorido cuando teorizan el aborto como un “derecho humano”, ocultando su atrocidad detrás de la hipócrita expresión “salud reproductiva”: porque es la vida que odian, en la que ven la imagen y semejanza de ese Dios que han perdido para siempre.


Esta imagen y semejanza, de hecho, es mucho más profunda de lo que piensas. Consiste en la dimensión trinitaria del hombre, con sus facultades que se refieren a las Tres Personas Divinas: memoria (el Padre), inteligencia (el Hijo), la voluntad (el Espíritu Santo). Y así como en la Santísima Trinidad el Espíritu es el Amor que procede del Padre y del Hijo, así en el hombre la voluntad es la facultad que se origina en la memoria de las cosas pasadas y en la comprensión de las presentes. No es casualidad que, en la inversión infernal del mundo contemporáneo, el hombre se vea privado de sus recuerdos, de su historia y de sus tradiciones (pensemos en la cultura de la cancelación y las peticiones de “perdón” por acciones falsas o tergiversadas de nuestro pasado), incapaz de expresar un juicio crítico (pensemos en la disonancia cognitiva generada por la psicopandemia) y de ordenar su voluntad subordinándola al intelecto (pensemos en la incapacidad de reaccionar ante el mal impuesto o el bien del que estamos privados).


La sociedad moderna, con su fábula de la democracia, nos ha enseñado a pensar que también podemos ser católicos, tal vez incluso tradicionalistas, siempre y cuando no cuestionemos que la igualdad de derechos deba ser reconocida a nadie más. “Hay que respetar las ideas de los demás”, nos dicen. Pero en el mundo metafísico, en la eternidad de Dios, esta batalla entre el Bien y el Mal no tiene nada secular ni ecuménica: es real, como reales son los ejércitos desplegados, el de la Civitas Dei y el de la civitas diaboli. Para los ángeles del cielo y los espíritus apóstatas del infierno, no existen y no saben qué hacer con las golosinas conciliares: libran una batalla en la que el objeto no es otro que arrebatar tantas almas como sea posible al adversario. Los santos que interceden por nosotros no han leído Fratelli tutti, y las escalas de San Miguel no están moduladas ni calibradas con base en la moral situacional de algún hereje jesuita o en las contorsiones pastorales del camino sinodal.


Dejemos de ser políticamente correctos, siempre tomados por el temor de que nuestras convicciones puedan ultrajar las conciencias sensibles de quienes no dudan en destrozar a una criatura indefensa en el vientre materno o en asfixiar a los ancianos y enfermos mientras duermen. Con demasiada frecuencia hemos guardado silencio ante cosas que ni siquiera deberían mencionarse, desde la normalización de los vicios hasta las transgresiones más degradantes. Sin embargo, como católicos debemos saber que Dios está vivo y es verdadero a pesar de los ateos, y que Cristo tiene los títulos de soberanía sobre nosotros como nuestro Creador y Redentor a pesar de los liberales. Si no estamos persuadidos de estas realidades, ni siquiera podemos entender la acción del enemigo, que es perfectamente consciente de dicha realidad. Si no estamos persuadidos de estas realidades, no daremos ningún ejemplo creíble a aquellos que con nuestras palabras y acciones podrían ser dóciles a la Gracia, abriendo los ojos. Es difícil creer lo que profesan a los que primero no aman, así como es difícil dar fe a los modernistas, que con su comportamiento desprovisto de caridad reniegan de toda su vanidad verborrágica. Mucho menos, a los que nos piden que comamos saltamontes y cucarachas para salvar el planeta, sin renunciar a los preciosos cortes de carne de Kobe, ni a renunciar al coche diésel, mientras que para moverse utilizan el jet privado.


Debemos redescubrir esa dimensión de realismo y objetividad, de conciencia del combate espiritual, que paso a paso nos llevó a perder, o de la que nos enseñaron a avergonzarnos. Somos milites Christi, llamados a luchar contra un enemigo que quisiera golpearnos por la espalda o hacernos desertar cobardemente, porque sabe que cuando lucha contra nosotros en campo abierto, detrás de nosotros encuentra a la Virgen Inmaculada, terribilis ut castrorum acies ordinata[3]. Esa Madre a quien el Enemigo odia en todas las madres de la tierra, esa Novia del Cordero que vilipendia al atacar la santidad del Matrimonio y las virtudes domésticas, esa Mujer a la que humilla desfigurando la feminidad o convirtiéndola en una parodia obscena.


La doctrina globalista es esencialmente satánica, porque es la aplicación social y global directa y más coherente de la rebelión de Satanás. Allí encontramos ese hybris, ese desafío al Cielo que la civilización clásica –todavía pagana pero ya preordenada al advenimiento del mensaje de Cristo en la plenitud de los tiempos– había estigmatizado sabiamente y que nos lleva de vuelta a la rebelión de Lucifer. El hybris, el orgullo loco de quienes se creen como Dios y usurpan los atributos divinos, lleva a la ciencia hoy a negar su vocación al servicio del bien para transformarla en servidora del Nuevo Orden, para lograr con el progreso tecnológico lo que era impensable en el pasado: borrar la separación entre el hombre y la máquina, entre su mente y la inteligencia artificial.


Por lo tanto, no debería sorprender que el transhumanismo sea uno de los puntos esenciales de la Agenda 2030. Detrás de este loco proyecto de poner una mano a la Creación e incluso atreverse a manipular el santuario de la conciencia en el que solo Dios desciende con Gracia, detrás de este plan de violar al ser humano para "hacerlo más eficiente" hay, una vez más, un error doctrinal, una mentira opuesta a la Verdad de Dios. Crear un ser inmortal, como a algunos les gustaría, es el renacimiento tecnológico de un delirio infernal, en cuya base existe la presunción de poder borrar las consecuencias sobre el hombre del Pecado Original, devolviéndolo al estado de perfección en el que se encontraba antes de ceder a la tentación de la Serpiente.


Donde el pecado de Adán trajo muerte y enfermedad, el engaño del transhumanismo promete inmortalidad y salud; donde ha llevado al debilitamiento del intelecto y a la inclinación al mal de la voluntad, el fraude del hombre-máquina promete acceso al conocimiento y la posibilidad de ser ley para uno mismo. Donde ha llevado a la fatiga laboral, la guerra y las pestes, la distopía globalista promete ingresos universales, paz y la prevención de todas las enfermedades. Pero la muerte, la enfermedad, el debilitamiento del intelecto y la inclinación al mal de la voluntad, la fatiga del trabajo, la guerra y las pestes son el justo castigo por la ofensa infinita que toda la humanidad, en sus Progenitores, ha causado a la Majestad de Dios al desobedecerlo. Aquellos que se engañan a sí mismos de que no hay consecuencias en esa desobediencia es porque no quieren aceptar que son hijos de la ira, ni reconocer la obra de la Redención de Jesucristo, quien vino a la tierra propter nos homines et propter nostram salutem[4] y murió en la Cruz para redimirnos del yugo de Satanás.


Aquí radica la verdadera perspectiva teológica, desde la cual considerar la crisis de la sociedad y de la Iglesia. El delirio del transhumanismo no tiene como objetivo hacer que la carrera del atleta sea más rápida o que la puntería del soldado sea más aguda, sino corromper al hombre en el cuerpo, después de golpearlo en el alma. Satanás no se resigna a la derrota, tanto más terrible cuanto más en ella aparecía la obediencia de Nuestro Señor al Padre Eterno, en oposición al orgullo del “Non serviam” luciferino. Y si Dios, a través de los caminos de la Gracia, logra tocar las almas y traerlas de vuelta a Sí mismo, devolviéndolas a la vida eterna, Satanás también está atacando los cuerpos hoy, para contaminar la obra del Creador y desfigurar a la criatura. De hecho, su obra devastadora también se extiende a animales y plantas, con resultados abominables que nunca podrán competir con la magnificencia de Dios.


Esta es la agenda del conflicto entre el Bien y el Mal, que desde la creación de Adán también incluye a los seres humanos, que todavía eligen un bando, incluso cuando eligen no elegir. Porque la neutralidad ya es una alianza con los que merecen la derrota. Sabemos cuán poderoso es el enemigo del Nuevo Orden Mundial y cuál es su organización. También sabemos lo que lo mueve y lo que quiere lograr. Pero precisamente por esta razón sabemos que sus victorias son sólo aparentes y condenadas al fracaso; y que nuestro deber, en esta guerra ya ganada por Cristo en la Cruz, es tomar partido y luchar, en primer lugar abriendo los ojos ante las mentiras que nos ofrece la información dominante.


Entender que puede haber personas malas, dedicadas al mal, que deliberadamente eligen ponerse del lado de Lucifer contra Dios es el primer paso por dar para aquellos que quieren resistir el golpe en curso, revestido con guantes blancos. Esas personas constituyen, de alguna manera, el "cuerpo místico" de Satanás, y como tales actúan para propagar el mal en el mundo y borrar el nombre de Cristo: así como el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, actúa en la Comunión de los Santos para propagar la Gracia. De nuevo, civitas diaboli y Civitas Dei. Si pensamos que la emergencia pandémica fue manejada por incompetentes y no por exterminadores cínicos, estamos completamente desviados. Así como estamos fuera del camino si creemos que nuestros gobernantes no están subordinados a esta élite de criminales, usureros y subversivos, después de haber hecho carrera gracias a ellos.


Hubo un tiempo en el que era normal que los súbditos en un reino cristiano vivieran de acuerdo con los Mandamientos, y en contra del aborto, el divorcio, la sodomía, la usura. Ese mundo, gracias al trabajo lento y paciente de los conspiradores, ha sido reemplazado por este, que aún no es completamente suyo, en el que reinan poderes que no derivan su legitimidad ni de Dios ni del pueblo. Y estos poderes impiden todo lo que antes era alentado y recompensado, y alientan lo que estaba prohibido y castigado.


Si Cristo reina en la Civitas Dei, ¿quién reina en la Civitas diaboli, si no el Anticristo? Así, si en el bien ordenado lo verdadero, lo bueno y lo bello son expresión teológica, por así decirlo, de las perfecciones de Dios; en la república globalista lo falso, lo malo y lo feo serán la manifestación más inequívoca de su opositor. Hasta el punto de tener que convertirse en una norma general, la ley del Estado, un precepto moral al que conformarse. También en este caso, si se nota, se vuelve a proponer otro engaño: aquel según el cual la “tiranía de los soberanos y el clero”, justificada por la superstición papista, habría sido definitivamente borrada de la sociedad revolucionaria, para reemplazar el gobierno del pueblo bajo los auspicios de la diosa Región[5]. Hoy vemos cuánto más tiránicos son el Globalista Leviatán y el Sanedrín Bergogliano, unidos por haber negado y traicionado su papel como gobernantes del Estado y pastores de la Iglesia.


Queridos amigos, vuestra tarea, como la que muchas personas de buena voluntad están haciendo en tantas otras naciones, es una tarea sagrada y muy importante. Es la tarea de reconstruir, de restaurar, de construir. Exactamente lo contrario de lo que pueden hacer los seguidores de la civitas diaboli, capaces solo de destruir, demoler, acumular escombros. Y para reconstruir, es necesario comenzar de nuevo desde los cimientos, que son los cimientos del edificio social, colocando a Cristo como piedra angular.


Recordemos que esta generación perversa y corrupta no tiene futuro: es víctima de su propia ceguera, de su propia esterilidad, de su propia incapacidad para generar. Porque dar vida es obra divina, y esto se aplica tanto a la vida del cuerpo como a la del alma; mientras que el diablo sólo es capaz de dar la muerte, y con ella la desesperación sorda del alma arrancada de su fin último y supremo que es Dios.


El Nuevo Orden Mundial no prevalecerá, tengan la seguridad. Su furia devastadora que reduciría la población mundial a quinientos millones de seres humanos no prevalecerá. Su odio a la vida por nacer y por la vida que se está extinguiendo no prevalecerá. Su plan de tiranía no prevalecerá, porque es precisamente en la privación del bien que nos damos cuenta de lo que nos ha sido arrebatado y encontramos la determinación y la fuerza para luchar y resistir. Tampoco prevalecerá la apostasía que aqueja a la Jerarquía Católica, que se ha convertido en servidora del mundo: los sembradores de discordia y errores que infestan nuestras iglesias se extinguirán inexorablemente, dejando vacías aquellas catedrales e iglesias, abandonados aquellos conventos y seminarios que ocuparon hace setenta años con la falsa promesa de la primavera conciliar. Porque detrás de todo esto siempre está el fraude y la malicia del Mentiroso.


* * *

Queridos amigos,


Estoy muy contento por la oportunidad que me han ofrecido de participar en esta edición de vuestra Universidad de Verano. Es un gran honor para mí poder ofrecer mi más cordial saludo a los militantes de Civitas, empezando por su Presidente Alain Escada, el secretario General Léon-Pierre Durin, su querido Capellán, el Padre Joseph y los Capuchinos de la Resistencia.


En su lucha por la restauración del Reino Social de Nuestro Señor Jesucristo y contra la oligarquía masónica y la secta de Davos, Civitas se encuentra –como David contra Goliat– en el centro de la lucha de la Alianza Antiglobalista que lancé bajo los mejores auspicios.


Sólo puedo alegrarme al saber que Suiza, Bélgica, Italia, Canadá y España también han establecido, siguiendo el ejemplo de Francia, oficinas en su territorio; creo que es muy deseable que la misma iniciativa se extienda por todas partes. Es hora de que los católicos de todo el mundo se unan en un frente unido contra la tiranía globalista.


La casa construida sobre la Roca es la Iglesia Católica y la Civilización Cristiana. También es Francia bautizada en Reims por San Remigio, fundada en la alianza del Trono y el Altar el día de la Coronación de Clodoveo, Rey de los Francos.


No puede haber remedio para los males de nuestro tiempo sino en el Reino Social de Nuestro Señor Jesucristo, en una sociedad reconciliada con Dios que lo honra y que profesa públicamente la Fe Católica recibida de los Apóstoles y transmitida fielmente por la Santa Iglesia a lo largo de los siglos.


Esta es la verdadera contrarrevolución.


Queridos amigos, guardad en vuestros corazones y mentes el ejemplo de los Mártires para preservar el cristianismo y promover el Reino Social de Nuestro Señor Jesucristo; de estos mártires que hicieron fecundo con su sangre el futuro de la Iglesia, de la sociedad y de los pueblos. No puede haber una sociedad justa y próspera sino donde reina Cristo Rey y Príncipe de Paz. Porque la paz de Cristo sólo puede existir en el Reino de Cristo: Pax Christi in regno Christi.


* * * * *


El Sr. Durin me dijo que quería hacerme algunas preguntas.


Pregunta:

Excelencia, el Vaticano II tuvo lugar hace más de 60 años, la destrucción de la liturgia hace 50 años, Asís hace casi 50 años; Después de 60 años de desastre religioso y político que lo ha destruido todo, durante los cuales los fieles católicos son despreciados, incluso injustamente condenados, Su Excelencia se ha convertido, a más de 80 años de edad, en un implacable anticonciliar. ¿Cuál es la razón por la que solo ahora has decidido actuar?


Respuesta:

Ya he tenido la oportunidad de testificar en mis intervenciones pasadas de mi viaje de conciencia progresiva de la crisis que aflige a la Iglesia Católica y de las causas profundas de la apostasía actual. Como dije entonces, mi compromiso con el servicio diplomático de la Santa Sede (primero como joven secretario en las Representaciones Pontificias en Irak y Kuwait, luego en Londres; en la Secretaría de Estado y luego como Jefe de Misión en Estrasburgo en el Consejo de Europa; luego como Nuncio Apostólico en Nigeria; y nuevamente en la Secretaría de Estado como Delegado para las Representaciones Pontificias; luego como Secretario General de la Gobernación y finalmente como Nuncio Apostólico en los Estados Unidos); mi compromiso –dije– al servicio de la Santa Sede, que traté de ejercer dedicándole todo mi tiempo y fuerzas, me absorbió por completo, haciendo prácticamente imposible reflexionar profundamente sobre los acontecimientos que tuvieron lugar en la Iglesia.


Sin embargo, esto no me impidió albergar fuertes perplejidades internas e incluso críticas a las "novedades" introducidas después del Concilio. Pienso en particular en los graves abusos litúrgicos, en la crisis de la vida religiosa, en el panteón de Asís, en las deplorables peticiones de perdón por las Cruzadas, por ejemplo, durante el jubileo del año 2000. También pienso en lo que había podido percibir como un joven estudiante de la Universidad Gregoriana de Roma. Entendí que todo esto se derivaba de los nuevos principios establecidos por el Consejo.


Pero fue sólo mucho más tarde, frente a los gravísimos escándalos del entonces cardenal McCarrick y toda su red homosexual, y frente a los escándalos aún más graves de Bergoglio, que el vínculo intrínseco entre la corrupción doctrinal y la corrupción moral se me apareció en todas sus pruebas, así como las causas profundas de la crisis que ha estado haciendo estragos durante décadas en la Iglesia, generada por la revolución conciliar.


Y no podía quedarme callado.


El desastre fue predecible desde el principio. Pero como expliqué, habíamos sido educados –en nuestra formación para el ministerio sacerdotal y aún más en la del servicio diplomático– a considerar impensable que el Papa y toda la Jerarquía Católica pudieran abusar de su autoridad, ejerciéndola con un propósito contrario a lo que Nuestro Señor quería para su Iglesia. Habíamos sido entrenados para no cuestionar la autoridad de los Superiores. Y esto ha sido explotado por aquellos que, precisamente aprovechándose de nuestra obediencia y nuestro amor a la Iglesia de Cristo, lentamente, paso a paso, nos han llevado a aceptar nuevas doctrinas, ajenas a las que la Santa Iglesia siempre ha enseñado, especialmente en lo que respecta al ecumenismo y la libertad religiosa.


Además, así como en la Iglesia la Iglesia profunda se ha extendido gradualmente hacia la disolución del cuerpo eclesial, así en la esfera civil el estado profundo se desarrolla de manera similar, diría yo, a través de una infiltración progresiva hasta las formas tiránicas del Nuevo Orden Mundial, el Foro Económico Mundial y la Agenda 2030.


Aquí también cabría preguntarse: ¿por qué los ciudadanos no se rebelaron contra la subversión del Estado por parte de los insurgentes que tomaron el poder con el objetivo de destruir las instituciones que deberían haber servido al bien común?


Muchos responderían: No podíamos imaginar su malvado diseño, su plan para esclavizarnos a un sistema injusto. No podíamos creer que cuando hablaban de democracia o soberanía popular, quisieran someternos gradualmente a un poder totalitario radicalmente anticristiano.


Creo que el hecho de que ayer no entendiéramos la naturaleza del proceso revolucionario en curso, puede ser excusable; mientras que el hecho de no entenderlo hoy es irresponsable y nos hace cómplices de un golpe de Estado mundial en materia temporal y de apostasía en la esfera eclesial.

Por lo tanto, agradecemos a aquellos que mucho antes que nosotros, con su voz profética, dieron la voz de alarma por la amenaza que pesaba tanto sobre la sociedad civil como sobre la Iglesia Católica.


Pregunta:

Gracias, Monseñor. Le hago una segunda pregunta: ¿qué piensa del arzobispo Lefebvre y su lucha, especialmente en su acto controvertido como las Consagraciones de 1988?


Respuesta:

Miro al arzobispo Lefebvre con admiración y gran gratitud por su fidelidad y valentía, coraje y fidelidad invencibles ante tantas adversidades, hostilidades, e incluso la furia por parte de una Jerarquía conquistada a las ideas de modernidad e infiltrada por los partidarios masónicos de un proyecto de destrucción capilar, sin precedentes, del que hoy nos damos cuenta del impacto devastador en sus extremas consecuencias.


¡El arzobispo Lefebvre debe ser considerado como un hombre santo, no como un cismático! Como ferviente misionero y confesor de la Fe, celoso defensor de la Tradición, del Sacerdocio y de la Misa Católica. Se expuso a severas sanciones, incluso hasta el punto de la excomunión, porque consideraba más justo obedecer a Dios que a los hombres, mantener y transmitir la Tradición que abrazar las doctrinas modernistas.


Su vida está marcada por la piedad, el espíritu de sacrificio, el sentido del deber, la rectitud de la conciencia y una gran coherencia interior. La suya es una vida entregada a Dios y a la Iglesia, dedicada al servicio de las almas, a la evangelización, a la enseñanza y predicación de la sana doctrina, a la celebración del Santo Sacrificio y a la formación de los jóvenes llamados al sacerdocio.


Una vida que es todo testimonio de la solidez de la Fe que nos transmitieron los Apóstoles, los Romanos Pontífices, los Concilios y los Santos Doctores de la Fe y por la que los Mártires derramaron su sangre.


Algunos consideran que las Consagraciones de 1988 fueron "demasiado", un paso más allá de los límites permitidos; otros lo reconocen como una necesidad vital para la salvaguardia de la Misa de todos los tiempos.


El arzobispo Lefebvre comprendió la urgencia de los tiempos que vivimos y el drama de una situación que se ha agravado paulatinamente, aún más y con mayor fuerza en los últimos años, haciendo más evidente el estado de excepción en el que nos encontramos. Hay quienes hablan de “desobediencia”; nosotros ¡hablamos de fidelidad!


Monseñor Marcel Lefebvre continuó enseñando y haciendo lo que la Santa Iglesia siempre ha hecho y enseñado. Se opuso al liberalismo, a la destrucción de la Misa y de todo el edificio litúrgico de la Iglesia, a la ruina del sacerdocio, a la de la vida religiosa y a la de la moral cristiana.


Repito: ¡algunos hablan de desobediencia, nosotros hablamos de fidelidad!


Pregunta:

Gracias, Monseñor. Tengo una última pregunta para usted, antes de darle la palabra para una breve intervención final. Excelencia, ¿podría explicar en pocas palabras el proyecto de la Alianza Antiglobalista de la que habló, y cómo participar en él concretamente?

Respuesta:

La Alianza Antiglobalista es un llamamiento que lancé en noviembre pasado, consciente de la gravísima amenaza sin precedentes que se cierne sobre toda la humanidad en esta hora de la historia. Conscientes también de la urgencia de formar en todas partes un frente de resistencia destinado a contrarrestar el golpe de Estado planetario orquestado por una élite muy poderosa con vistas al establecimiento del Nuevo Orden Mundial, intrínsecamente inhumano y anticrístico.


Nunca tuve la pretensión de convertirme en el líder de un movimiento o hacerme cargo de su organización. Como un sembrador, sembré la semilla a los cuatro vientos, para que pueda ser cosechada sabiamente y dar fruto. No puedo medir el estado de su germinación.


La situación actual, tanto a nivel de las diversas naciones como en la escena internacional, es muy compleja, oscura y difícil de descifrar. Sólo sabemos que debemos prepararnos interiormente para los acontecimientos que se avecinan e implorar al Cielo por la intervención de Dios.


Sólo una cosa es cierta: es imposible resolver por medios humanos la crisis civil y eclesial en la que nos estamos hundiendo. El hombre primero debe arrodillarse ante su Dios y su Rey, Nuestro Señor Jesucristo. Las naciones y los pueblos deben reconocer su señorío, y la Iglesia debe primero devolver al Rey la Corona que los usurpadores le arrebataron. Por lo tanto, volvamos a poner a Cristo en el centro de nuestros corazones y en el centro de todo, Aquel que es el Alfa y la Omega. Busquemos primero el Reino y su justicia, y el resto también nos será dado a nosotros además.


M. Durin:

Gracias, Excelencia. Lástima que no pueda ver a la gente en el salón y su alegría por haber escuchado a un verdadero Obispo dirigirse a ellos, repitiéndoles las verdades eternas de la Iglesia. Gracias de nuevo de los capuchinos, de los dominicos de Avrillé que están aquí, del padre Morgan que está aquí con nosotros. Gracias por todo, Monseñor. Le doy la palabra por última vez agradeciéndole personalmente todo lo que ha hecho por nosotros.


Monseñor Viganò:


Querido Monsieur Durin, también lamento mucho no haber podido verlos y, sobre todo, de estar personalmente contigo en esta feliz ocasión de encuentro, de dar gracias, de rezar juntos a la Virgen María en esta víspera de la fiesta de su Asunción, que es la patrona principal de Francia. Renovemos, pues, nuestro acto de esperanza y volvamos nuestra mirada a las cosas del cielo. Sostenidos por la protección materna y la intercesión de la Virgen María, la Mujer vestida con el Sol que aplasta la cabeza del Dragón Infernal bajo sus pies, podemos perseverar en las luchas aquí abajo, con mayor fuerza y coraje, pero también con humildad y confianza. Con todo mi corazón los bendigo a todos: Benedicat vos omnipotens Deus Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus. Amén.


 

NOTAS: [1] Distopía: Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana (Ver fuente). N. de R.: La distopía es lo opuesto de la utopía. Y esto es, precisamente, lo que Mons. Viganò denuncia: la justificación de un “gran reinicio” de la ‘humanidad’ tiene como génesis la tergiversación de las grandes cimas de la civilización cristiana, que es lo que en realidad pretenden arrasar. Dicen que la actual es una sociedad “intolerante”, “excluyente”, “represiva” y que de sus cimientos –principios y valores– provienen las grandes crisis –‘naturales’ y sociales– a las que nos hemos visto o veremos abocados, como: el “calentamiento global”, el “cambio climático” al que ahorra llaman “desorden climático”, la extensión de la “huella de carbono” por parte de los mamíferos –incluido el hombre–, la “sustentabilidad”… O la supuesta pugna por la libertad y el ejercicio de los “nuevos derechos” como la autodefinición de una presunta propia identidad psicobiológica y sexual, el homosexualismo, la emancipación de ‘la mujer’… Y desde todo ello, la sujeción y sumisión tecnológicas y hacia los objetivos propios de una agenda globalista 2030 y la instauración de un “Nuevo Orden Mundial”. Debido al genocidio que este proceso supone, se les hace necesario a sus autores “lavar” la herida, de modo que se vea la menor cantidad de sangre posible, para así hacer ver como “desinfectada” la herida que necesariamente abrirá en el alma humana, a través del libertinaje sexual, de la consecuente anticoncepción en todas sus formas, del aborto, de las guerras, de las hambrunas y, finalmente, del sometimiento a un poder único global en nombre de la salud y de la paz. Como no pueden garantizar la utopía de un futuro promisorio –que ellos mismos impiden y tratan de arruinar–, entonces presentan la distopía de uno al que presuntamente se llegará “si no hay cambios decisivos ahora”, y a cambio ofrecen la alternativa de un presente controlado por el unanimismo de una hegemonía ideológica global que nos dirá qué hacer, qué comer y qué pensar en cada momento y situación. [2] Montiniana: se refiere a la “Misa de Pablo VI”, en alusión a su apellido natural: Montini. [3] Traducción: «Terrible, como un ejército en formación». [4] Traducción: «Por nosotros los hombres y por nuestra Salvación».

[5]Aunque en el original Italiano dice “per sostituirvi il governo del popolo sotto gli auspici della dea Regione” (“para reemplazar el gobierno del pueblo bajo los auspicios de la diosa Región”), puede tratarse de un error de transcripción y hacer referencia a “la diosa Razón”, propia del iluminismo francés y de la “Ilustración”, que elevó tal facultad al rango de divinidad. No obstante, como “Región”, alude a un ámbito, a un territorio con características homogéneas, o a un conjunto organizado como las partes convencionales de un ser viviente. “Región”, en su sentido más cabal en este caso, alude a la unidad de gobierno o de “identidad territorial” de moda en las democracias modernas bajo el supuesto de “comunidades autonómicas”, como se les concibe en España y en distintos países de la Unión Europea (N. de R.).

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