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El mundo no necesita ‘apóstoles’ de todas las causas, sino auténticos testigos de la Verdad

Foto del escritor: Edwin Botero CorreaEdwin Botero Correa

Actualizado: 24 sept 2023

¿Aún quedan Testigos Fieles? Para reconocerlos, las ovejas del rebaño necesitan oír su voz, y esperan que ésta se alce y las llame con la fuerza de la Verdad.


* * *

Cuando se trata de “atraer”, se desborda la imaginación. Al parecer, hay una cierta tendencia –quizá manía o pretexto, vaya usted a saber– que se ha puesto de moda, y que literalmente está “convirtiendo” a un creciente y cada vez más notorio sector del clero en el mundo en una especie de ‘apóstoles de todas las causas’: como si estuvieran –o se sintieran– obligados a alinearse con cuanta bandería surja o con cuanta supuesta “injusticia” se denuncie, y así no pocos acaban actuando erráticamente.

Pero no sólo el clero, aunque sea éste el que marque la pauta. Es el caso de los que se han dedicado –presumen ellos– a “visibilizar” a los ‘excluidos’. De los que ahora hablan con eufemismos (“parejas”, en lugar de esposos) o desdoblando el lenguaje (“todos y todas”). De los que han asumido el ecologismo y la “fraternidad universal” como el “nuevo” «Evangelio de la Vida». De los que, en nombre de la paz, hoy justifican y condonan crímenes atroces: reclutamiento de menores, violaciones, abortos, ejecuciones sumarias, secuestros… De los que al amparo de una presunta “memoria histórica”, canonizan el relato de quienes pretenden reescribirla para justificar sus desafueros desde una óptica ‘revolucionaria’.

Para llamar la atención ante la que ven como «violación de la dignidad y ‘exclusión’» de los que se identifican ya sea como ‘lgtbi’, no “binarios” o de otras presuntas “minorías” como los indígenas, algunos sacerdotes prescinden del sentido sagrado, del carácter sacramental y del valor litúrgico de los ornamentos sacerdotales... En lugar de ello, optan por revestirse adoptando sus modas, usos y costumbres. Es común ver cómo en lo que en apariencia serían “vestiduras sacerdotales”, se prescinde de los símbolos sagrados, y se confeccionan y usan sin relación alguna con los tiempos ni la disciplina litúrgica; y cómo, en su lugar, incorporan colores y símbolos relativos a convicciones ateas, a la promoción de ideologías, a creencias y prácticas paganas.

Algunos, llevados por desvaríos que acaban en no pocos desmanes, incluyen ritos, danzas, música, pañoletas, decoración, escenografía y hasta dramatizaciones que trastocan por completo la Sagrada Liturgia en un espectáculo de carnaval. Reiteramos: quizá suponen que con ello “incluyen”, y dan testimonio de la comprensión que la sociedad supuestamente les estaría negando a “los excluidos”.

Pero al perder de vista el referente doctrinal y de moralidad objetiva de los actos y de las costumbres sobre los que se muestran tan sensibles, pierden el quicio y el juicio, pues prescinden del carácter Sagrado y, por lo tanto, Sacramental de la celebración. Incurren ya no sólo en una laxa empatía, sino en la aceptación acrítica y en una explícita aprobación tanto del error como del pecado, bajo un supuesto ideológico –no teológico– que implica, al menos, tres graves consecuencias:

1. Oscurece la conciencia y la adormece, pues niega y anula el atributo divino de la Justicia, y tergiversa el de la Misericordia. A la primera le resta importancia, valor, peso y entidad, mientras a la segunda la presenta como algo difuso, sin sustancia, informe, sin tono ni contenido, abierta sin más “para todos”, y como si obrara mágicamente en “todos” de manera incondicional.


2. Falsea la idea del amor –este sí– “incondicional” de Dios, que es Su Esencia (Dios es Amor) y en su lugar ofrece un edulcorado permisivismo.


3. Adultera la auténtica relación con un Dios real, bueno, amoroso, misericordioso y, por lo tanto, justo, quien es la fuente de todo Bien y, como tal, la Verdad en sí mismo, hacia la que tiende moralmente la Persona humana, por encima de cualquier pulsión “natural” por más fuerte que ésta sea.

De modo que aquello por lo que un reconocido sector del clero supone se debe “alzar la voz” y hacer causa, como ciertas ‘desigualdades’ e ‘injusticias’, lo único que realmente logra es neutralizarlos a ellos mismos y a la propia Iglesia en el cumplimiento de su misión de acrecentar y de apacentar el rebaño del Señor, confirmándolos en la fe. Distraídos de su ministerio sacerdotal –es decir, del Evangelio– y de la misión bautismal, acaban apartados de las realidades sagradas y de los contenidos esenciales de la Fe para, finalmente, sucumbir a la apostasía.

Esos tales no son mayoría, pero gritan como si lo fueran, y lo hacen a coro con el mundo. Pero aún si incluso alcanzaran a serlo, ello no les concedería la razón. El gravísimo problema con tal barullo, estriba en el silencio de quienes pudiendo y debiendo hablar no lo hacen; de quienes, desconcertados, por temor, por una mal entendida obediencia o, peor aún, por comodidad, callan ante el error y enmudecen para proclamar la verdad.

El hecho realmente doloroso y lamentable es que el esplendor de la Verdad esté siendo opacado con falsas doctrinas, y ésta, suplantada por “iniciativas” ideológicas y causas “social o políticamente correctas”, muy ajenas y distantes de la auténtica justicia y de su labor sacerdotal. Ya casi no queda quién defienda la Verdad. Y al que se atreve a hacerlo, se le fustiga y se le excluye del “club” de los que, bajo un supuesto “diálogo” con el mundo, lo que hacen es prevaricar con él. Olvidan que “el diálogo no sustituye a la misión”, como agudamente lo observara Benedicto XVI en su mensaje dirigido a la Universidad Urbaniana de Roma en el año 2014. Recordemos un aparte fundamental:

«El Señor Resucitado encargó a sus discípulos, y a través de ellos a los discípulos de todos los tiempos, que llevaran su palabra hasta los confines de la tierra y que hicieran a los hombres sus discípulos. El Concilio Vaticano II, retomando en el decreto Ad Gentes una tradición constante, sacó a la luz las profundas razones de esta tarea misionera y la confió con fuerza renovada a la Iglesia de hoy. ¿Pero todavía sirve? Se preguntan muchos hoy dentro y fuera de la Iglesia. ¿De verdad la misión sigue siendo algo de actualidad? ¿No sería más apropiado encontrarse en el diálogo entre las religiones y servir juntos a la causa de la paz en el mundo? La contra pregunta es: ¿El diálogo puede sustituir a la misión? Hoy muchos, en efecto, son de la idea de que las religiones deberían respetarse y, en el diálogo entre ellas, hacerse una fuerza común de paz. En este modo de pensar, la mayoría de las veces se presupone que las distintas religiones sean una variante de una única y misma realidad, que ‘religión’ sea un género común que asume formas diferentes según las diferentes culturas, pero que expresa una misma realidad. La cuestión de la verdad, esa que en un principio movió a los cristianos más que a nadie, viene puesta entre paréntesis. Se presupone que la auténtica verdad de Dios, en un último análisis es alcanzable y que en su mayoría se pueda hacer presente lo que no se puede explicar con las palabras y la variedad de los símbolos. Esta renuncia a la verdad parece real y útil para la paz entre las religiones del mundo. Y aún así sigue siendo letal para la fe. En efecto, la fe pierde su carácter vinculante y su seriedad si todo se reduce a símbolos en el fondo intercambiables, capaces de posponer solo de lejos al inaccesible misterio divino. Queridos amigos, veis que la cuestión de la misión nos pone no solamente frente a las preguntas fundamentales de la fe, sino también frente a la pregunta de qué es el hombre». Benedicto XVI. Mensaje a la Universidad Urbaniana de Roma, 2014.

Es así como en los Estados Unidos, en Europa y en América Latina, se ha extendido un espectro de “creatividad”, que parte del supuesto de que “los fieles no entienden lo que están celebrando”. Pero esto es una falacia que conduce a una falsa pedagogía: porque con dicho pretexto se abusa de la Liturgia, se prescinde de sus formas y riqueza de contenido, y se la acaba vaciando o intercambiando por maneras que van desde lo más pueril hasta el discurso que, en nombre de “la paz”, convierte la pastoral en un activismo de izquierda.

Es un hecho doloroso, pero cierto: los cristianos, movidos o llevados por el siglo, es decir, “surfeando” sobra las olas de los tiempos, nos hemos dejado arrastrar por ellas en lugar de remontarlas. Es así como hemos prescindido de la fuente del agua viva, cambiándola por cisternas sucias y rotas (Jeremías 2, 13). Nos hemos convertido en acuciosos “apóstoles de todas las causas”, abandonando nuestra Misión: ser testigos de La Verdad.

“Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí»”. Juan 14, 6
“Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?». Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz»”. Juan 18, 37
 

Fotografía del encabezado tomada del sitio web del Regnum Christi.

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