En un artículo anterior (ver: “Conservadores de vida se oponen al aborto”) me referí puntualmente a los vacíos que quedan al descubierto cuando pretendemos “defender la vida” en el mismo terreno de las posturas ideológicas.
No podemos aceptar sus términos y categorías, que no son más que discursos falaces. Primero para «despenalizar» el aborto –bajo tres supuestas “causales”–, y luego para imponerlo como un “derecho «humano»” –con fuerza de ley–, sus promotores, en todo el mundo, han adulterado datos e inflado las cifras. Así han retorcido la realidad, ofreciendo una interpretación sin fundamento real ni racional, pues carecen de una base empírica, de evidencias y, por lo tanto, de soporte científico y racional válidos.
Si para mostrarnos “no-fanáticos” o “religiosos”, o con la pretensión de “dialogar” de manera “razonable” y “argumentada”, debemos considerar con honestidad intelectual que al hacerlo en dichos términos no sólo estamos condescendiendo al mismo nivel de error de dichas ideologías, sino retrocediendo y claudicando en los fundamentos para una auténtica Defensa de la Vida y de sus defensores, pues éstas no sólo pretenden extender el aborto vía ideología de género, sino criminalizar –y judicializar así– todo intento de oposición al mismo. Al hacerlo así, nos estamos dejando arrastrar a una trampa de arenas movedizas en las que ha naufragado la misma razón arrastrada por el peso de falsas premisas.
Los vacíos que se ponen de manifiesto al asumir la defensa de la vida condicionados por la impostura ideológica y judicial de los proabortistas, son diversos. Entre ellos, destacamos dos categorías: los vacíos filosóficos, sociológicos y humanistas; y los vacíos morales y de fe. Veamos en qué consisten.
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Vacíos filosóficos, sociológicos y humanistas
Al plantear la defensa de la vida –única o principalmente– como una cuestión “de razón” o “de ciencia”, se incurre en un grave reduccionismo epistemológico y se va en detrimento de lo que de humano y de humanidad se pretenda que haya en el debate.
Es un contrasentido postular ‘razones’ pretendidamente científicas que niegan aspectos constitutivos esenciales de lo humano y, con ello, criterios de humanidad, para esgrimirlos luego como fundamento de los “derechos humanos”.
Ese es el terreno al que los abortistas han llevado a los defensores de la vida, reduciendo los criterios de la argumentación a un marco que se presenta como ‘racional’, pero que en realidad es sólo ideológico.
Existe, cuando menos, un fundamento ontológico del ser humano que evidencia su condición cualitativa –no sólo en grado sino en esencia– con respecto a todos los demás seres, especialmente entre los seres vivos. Y ello da lugar a un fundamento Antropológico.
Si no, no hablaríamos de una Persona Humana, y todo se reduciría a una simple cuestión de “biología”, es decir, a una concepción estrictamente materialista de la persona, que la equipararía a todos los demás seres vivientes sólo en cuanto “sintientes” y, por lo tanto, prescindibles en alguna etapa en la que se considere que no haya capacidad de “sentir”.
Ello reduce las opciones de defender la vida a un estado de desarrollo embrionario «sintiente», que supuestamente comenzaría semanas después de la implantación, con lo cual se estaría justificando el aborto antes de dicho «límite», el de la sensibilidad.
De esta manera, la defensa de la vida humana se equipararía con la de los animales, nada más, sin una diferenciación ontológica con respecto al tipo de ser vivo sobre el que se está actuando, considerándolo sólo como sujeto «sintiente» o «no sintiente».
Pero la cuestión no es «en qué momento empieza a sentir», sino desde cuándo es Persona y, por lo tanto, un ser digno, con una Dignidad eminente.
Vacíos morales y de fe
También en otro artículo (ver: “El aborto voluntario y la reivindicación de la libertad individual”) cité y aclaré una expresión del Cardenal Camilo Ruini, contenida en el libro titulado “Un’altra libertà. Contro i nuovi profeti del ‘paradiso in terra’”, Rubbettino Editore, 2020 (“Otra libertad. Contra los nuevos profetas del ‘paraíso en la tierra’”). Dice el Cardenal:
«En el debate público no hablamos nunca de esta relación con Dios para evitar la acusación de defender la vida por motivos confesionales, pero ¿es justo proceder así? Por el contrario, para profundizar esto me parece obligatorio aludir a este aspecto, que arroja luz sobre las raíces últimas de nuestra libertad. Pareciera bastar, para quien defiende la vida y no es creyente, y por lo tanto podría «naturalmente», no estar de acuerdo, argumentando que la defensa de la vida es posible sin más también prescindiendo de la relación con Dios. Pero esto, que pareciera ser válido cuando se aduce que se hace a la luz de la sola ‘razón’ o de la ‘ciencia’, es insuficiente». Card. Camilo Ruini, en “Otra libertad. Contra los nuevos profetas del ‘paraíso en la tierra’”.
¿Qué quiere decir el Cardenal cuando afirma que «es insuficiente»? Se refiere a que lo es, al menos, por tres razones:
Primero, porque se les está concediendo un estatus definitorio y un carácter determinante, pero no se sabe ‘a ciencia cierta’ a qué se apela específicamente cuando se invocan la sola ‘razón’ o «la ciencia»; es algo difuso, deficiente y que se presta a confusión, particularmente en una materia tan delicada en la que hay que ser muy precisos en las definiciones y en la argumentación.
Segundo, porque desconoce y hace a un lado esas raíces últimas de nuestra libertad, de orden ontológico y ético, que sí son muy precisas, definitorias, proveen criterios y delimitan con lucidez el alcance y la valoración moral de cualquier actuación o intervención sobre la Persona Humana.
Tercero, porque de esta manera se acalla la voz de la Iglesia y se intenta inhibir su misión, negando además a los creyentes el derecho de expresarse como ciudadanos que tienen algo importante qué decir al respecto, e impidiéndoles hacer pública profesión de su fe, que es precisamente la que ilumina la razón.
Sin este referente teológico fundamental, es imposible un presupuesto antropológico, mucho menos, pretendidamente sustentado sólo en la biología o en la ciencia, cuyos presupuestos sólo demuestran lo fáctico de algunos hechos, pero no lo explican todo. (Ver también: “Confesionalidad y Defensa de la Vida”).
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