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El ‘justo medio’ a la hora de las definiciones

Foto del escritor: Edwin Botero CorreaEdwin Botero Correa

Actualizado: 1 dic 2022


Aristóteles


Fue Aristóteles quien estableció que La Virtud es el justo medio entre el exceso y el defecto. Y la sabiduría popular lo reafirma con el aforismo: “Ni tan cerca que queme al santo, ni tan lejos que no lo alumbre”.


De modo, pues, que el justo medio no es una indefinición, una vaga medianía, una actitud medrosa, una falsa prudencia o una forma elegante de mediocridad, de decir no a un compromiso. Es, al contrario, una actitud, una disposición del entendimiento y, como tal, ponderada, reposada, racional, firme, sólida y comprometida, con la que una persona le dice a la verdad, no a una entelequia.


La Virtud exige realismo, es decir, pararse y centrarse en la realidad. Y la verdad, en términos de la filosofía clásica, es la adecuación entre el entendimiento y la realidad. La adecuación, no una acomodación.


De modo que las cosas son lo que son, son como son, y no lo que cada cual interprete, esto es, lo que a cada uno le parezca o, peor aún, le plazca. A ese apego a los hechos, delimitado y expresado mediante un qué, quién, cuándo, cómo y dónde, es a lo que llamamos objetividad.


Cuando los hechos no son claros, o los principios con base en los cuales se juzgan no están claramente definidos o no son lo suficientemente conocidos y, por lo tanto, tampoco bien interpretados, no por ello desaparece la objetividad: significa que faltan datos o conocimientos más específicos para precisarlos, y ello da lugar a la necesaria investigación periodística, jurídica o de cualquier otra índole. Mientras tanto, la falta de certeza en algún aspecto deja espacio a la opinión. Pero no todas las opiniones pesan lo mismo.


Siempre será conveniente rastrear los indicios que conduzcan a precisar los hechos, a contrastarlos con la evidencia disponible y a cotejarlos con criterios de validez, para emitir una opinión calificada. Es decir, con el suficiente peso racional, intelectual, académico y jurídico para sensibilizar, orientar y movilizar a la opinión pública hacia la verdad de los hechos.


El vacío informativo –y la insuficiencia del conocimiento en un determinado ámbito– dan lugar a la perplejidad, y ésta al relativismo situacional, es decir, a la confusión. Y ello hace que las personas no sepan qué postura asumir, que titubeen ante la aparente ambivalencia, que no sean capaces de procesar la información que reciben ni de interpretarla de manera correcta, que no sepan cómo situarse claramente en esta realidad, ni encuentren cómo proceder ante los dilemas que se les plantean.


Todos en algún momento nos veremos abocados a tomar postura con respecto a una situación, y esto no siempre será fácil de dilucidar. Por ello, a la hora de las definiciones, este marco de pensamiento juega un papel fundamental. Es el preludio y casi la condición sine qua non para un adecuado discernimiento y, en consecuencia, para tomar una decisión correcta.


Pero debemos tener presente que una decisión acertada es, ante todo, una cuestión de integridad, y no obedece por lo tanto a un criterio de utilidad o de conveniencia en el corto plazo. Y ello puede suponer sacrificios y traer consecuencias como renuncias, pérdidas, incomprensiones, rupturas… Lo cual siempre demandará entereza, voluntad, persistencia, confianza en sí mismo y en que se han agotado todas las vías de conocimiento y de discernimiento posibles en relación con la verdad con la que se es coherente y consecuente; y, sobre todo, muchísima paciencia y fortaleza, tanto para resistir “pasiva” y silenciosamente, como para acometer, emprender y actuar cuando sea necesario.


Como se puede apreciar, la obtención del justo medio es una verdadera conquista de la inteligencia, de la voluntad, del espíritu y del ser. Una síntesis perfecta de prudencia y de sindéresis, para mantener un ponderado silencio y, en caso de tener que pronunciarse, hacerlo de manera oportuna y con respeto, sin altisonancias, con la debida consideración hacia las personas y enalteciendo con nuestra boca el Don Sagrado de la Palabra, propio solamente del ser humano.


Esta es una hazaña que reposa sobre cuatro pilares:


  1. Una recta conciencia.

  2. Una recta razón.

  3. Un propósito y una intencionalidad (filosofía) educativa.

  4. Un proyecto de vida orientado al desarrollo humano integral como Persona.


No se trata nada más de ir por el medio, sino de encontrar y de tomar el camino correcto. Pero para ello se necesitan conciencia e inteligencia. Así que, como ya lo advertimos:


“El oscurecimiento de la conciencia es el primer paso para pervertir la inteligencia”.


De modo que, para evitarlo, conviene mantener bien encendida la luz de la razón. Y será mucho mejor y más eficaz, si va antecedida por la Luz de la Fe. Es el único camino posible hacia la Verdad y, con ésta, a la Integridad.

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