En su canal de YouTube, “Arturo Periodista Católico” ha publicado un video en el cual se muestra el contraste entre la actitud de Benedicto XVI y la de Francisco al realizar las celebraciones litúrgicas.
Efectivamente, se trata de dos actitudes visibles y contrastables, en las que mientras una muestra la reverencia y compostura que se espera del Vicario de Cristo, la otra las desdice.
En el caso de Benedicto XVI, los gestos y las rúbricas denotan un compás, un acompasamiento y una cadencia bastante finas y delicadas, así como una concentración plena y una total disposición de mente y de cuerpo. Su actitud hace visible aquella “religiosa piedad y reverencia” con la que San Pablo, en la Carta a los Hebreos (Cap. 12, vers. 28), insta a los primeros cristianos a rendir a Dios “un culto que le sea grato”, esto es, como Él mismo lo ha instituido y estipulado, como Él lo pide. Y ello por la sencilla y suficiente razón de que “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hebreos 13, 8), y con Su Sangre ha sellado e instaurado una Alianza Definitiva, “la Alianza Nueva y Eterna”.
Al ratificar esta idea, el apóstol pone en evidencia –con dos mil años de antelación– el abierto contraste que al respecto ofrece hoy la teología modernista: mientras la Tradición exalta a Dios por Su Obra de Redención, el modernismo pretende relativizar y abajar las realidades divinas hasta hacerlas contemporizar con falacias humanistas. Bajo la pretensión de exaltar al hombre, acaba excusándolo de toda responsabilidad personal y hasta culpando a Dios por el mal que hay en el mundo y que el hombre padece, mientras prescinde de la realidad del pecado y de sus consecuencias.
Al restarles entidad a las realidades Sagradas, denigra el valor y el esplendor de la liturgia, degradando el culto. Y lo hace, porque dicha “teología” se propone suplantar la noción de “el Jesús de la Fe” por la de un simple “Jesús histórico”, equiparable a cualesquier otro “líder religioso”, filosófico o civil como Buda, Confucio, Mahoma o Gandhi, tal como lo denunció el propio Benedicto XVI en su obra “Jesús de Nazaret”: un Jesús despojado de Majestad y de la Dignidad Divina que le corresponden, y a las cuales los fieles debemos responder mediante la Virtud de la Religión.
Pero San Pablo objeta desde antaño dicha intención, dejando claro y centrando toda la realidad y el valor del “culto grato” al Señor, en una condición indispensable: “mantener la Gracia”. Esta es la que le devuelve al hombre su dignidad y su grandeza, como lo estipula una plegaria eucarística: “Porque la Gracia no destruye la naturaleza, sino que la plenifica”. Por ello afirma el “apóstol de los gentiles”:
“Por eso, nosotros, que recibimos un reino inconmovible, hemos de mantener la gracia y, mediante ella, ofrecer a Dios un culto que le sea grato, con respeto y reverencia”. Hebreos 12, 28
En el caso de Francisco, prácticamente desaparecen las rúbricas, mientras los gestos van al desgaire. Imperan la distracción, así como una soltura y una informalidad que denotan descuido e, incluso, dejadez: para muestra, la falta de concentración, los bostezos y el adormilamiento no sólo durante las ceremonias sino ante la misma Presencia de Jesús Sacramentado. No hay concentración ni se ve esa plena disposición de mente y de cuerpo.
Su actitud es la de un paisano cualquiera quien, cansado, no presta mayor atención al sentido de lo que celebra, que parece no saber ante Quién se encuentra y no le rinde aquella “religiosa piedad y reverencia” que la dignidad de la Persona, la situación y el momento exigen. La suya es una clara incorporación y expresión corporal consecuente con los postulados que pregona la teología modernista.
Pues bien, aunque no nos guste, y “las comparaciones sean odiosas”, el contraste es evidente.
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