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Primera teoría del error sustancial:
El “Papado colegial o sinodal”
Esta teoría sostiene que la Declaratio de Benedicto fue inválida porque éste equivocadamente creyó que podía “expandir” el pontificado, al punto de crear una diarquía papal que estaría conformada por él mismo y por su “sucesor”. En suma, Benedicto habría pensado erradamente que podía transformar sustancial o esencialmente el Papado, de manera se abriese paso a la coexistencia de “dos Papas”[i].
¿Qué evidencias se ofrecen en soporte de esta supuesta percepción equivocada de Benedicto en cuanto al pontificado?
En primer lugar, se presenta la tesis doctoral de J. Michael Miller, “The divine right of the papacy in recent ecumenical theology” (Roma: Universidad Gregoriana, 1980. 324p)[ii], contentiva, entre otras cosas, de las reflexiones teológicas postconciliares sobre el primado del Papa, en autores como Hans Kung, Johannes Neumann, Walter Kasper, Karl Rahner y Joseph Ratzinger. En esta obra, se nos dice, se refieren discusiones teológicas sobre la posibilidad, bien de abolir, bien de transformar sustancialmente el Papado. Como “abolicionistas”, o autores de extrema izquierda, estarían Kung y Neumann; como “transformacionalistas” o autores moderados o de centro, se encontrarían Kasper y Rahner; y en la derecha o extrema derecha, se ubicaría Ratzinger[iii].
La esencia de este libro, se nos informa, es una apología en favor de la “desmitologización” del Papado, en aras de avanzar en el diálogo ecuménico, al punto que en sus conclusiones se plantean recomendaciones como abandonar el término “ius divinum” en lo que se refiere al Papado, evitar la palabra “Primado”, considerar que el ministerio Papal no necesariamente debe ejercerse en el futuro como se ha hecho en el pasado o se hace en el presente etc.[iv]
En cuanto a las citas de Ratzinger que Miller inserta en su tesis, se nos refieren dos específicamente. La primera sería la nota al pie 105 de la página 196, insertada a continuación del siguiente párrafo:
“[…] En segundo lugar, otras propuestas se refieren a la necesidad de cambios en la manera en que se ejerce la autoridad primacial: de un modelo monárquico o centralista a uno más colegiado y descentralizado 104. En tercer lugar, se produciría un cambio importante en el Papado si se esclareciera el proceso por el cual Roma ha unido bajo un solo título su primado único procedente de un cargo apostólico especial conferido por Cristo, y su rol administrativo para la Iglesia occidental procedente de su estatus patriarcal. El Papa no ha distinguido adecuadamente su ejercicio de la autoridad petrina de la autoridad patriarcal 105”: [105 Ratzinger, Il nuovo popolo di Dio, 2nd ed. (Brescia: Queriniana, 1972) 144-146; y Ratzinger, “Primat”, 762-763….][v] [Negrillas propias].
La segunda referencia a Ratzinger se ubicaría en la nota al pie 55, página 184:
“Patrick J. Burns en “Communion, Councils, and Collegiality: Some Catholic Reflections,” en Papal Primacy and the Universal Church, 171, afirma: “La investigación histórica actual sobre los orígenes del primado romano y la colegialidad episcopal producirá inevitablemente interpretaciones católicas más calificadas de los cánones del Vaticano I”. Ratzinger adopta un enfoque algo diferente. Con los ortodoxos, Roma no necesita exigir más que la forma en que se entendía la primacía papal en el primer milenio. Oriente debe dejar de rechazar como herético el posterior desarrollo occidental y admitir que la Iglesia católica es legítima y ortodoxa bajo la forma que ha tomado en el Occidente latino, mientras que Occidente reconocería a la Iglesia oriental como legítima y ortodoxa bajo la forma que ha tomado. De esta manera, las formulaciones de Pastor Aeternus se pasan por alto y ya no presentan un problema. Véase su “Prognostics sur l’avenir de l’oecumenisme,” Proche-Orient Chretien 26 (1976) 214-215, o el resumen en inglés en T[heological] D[igest] 25 (1977) 202-203. Cf. A[gustín]. El acuerdo de Schmeid con Ratzinger en “Das Papsttum im okumenischen Gesprach,” Theologie der Gegenwart 21 (1978) 170”[vi] [Negrillas en texto original].
Como comentario a todo lo anterior, se nos dice:
“DENTRO DEL ESPECTRO de estos teólogos [Kung, Rahner et. al], Joseph Ratzinger estaba en realidad en el lado más conservador, lo que es condenatorio con un débil elogio, de hecho. En este círculo había una CHARLA ABIERTA acerca de la ABOLICIÓN DEL PAPADO por Kung, Rahner, Neumann y otros. Ratzinger negó esta posibilidad de abolición total, pero sí argumentó que el Papado NO era inmutable (inalterable), podía cambiarse y podía ser “sinodalizado” en la línea de Oficio vs. Ministerio Petrino Y en la línea de Petrino vs. Patriarcal”[vii] [las negrillas y el texto entre corchetes son nuestros].
Sinceramente, no vemos cómo las líneas transcritas podrían evidenciar que, según la concepción de Ratzinger, sería jurídica y teológicamente admisible la coexistencia de varios Papas. Si alguien lo ve, pedimos nos ilustre.
Ahora, semejante ilustración podría resultar inane a la luz de lo que sigue:
Como “prueba” adicional del “error sustancial” de Benedicto en su Declaratio, se nos dice que
“En 1978, Joseph Ratzinger consideró la hipótesis de que un Papado monárquico era intrínsecamente de naturaleza “arriana”, y que el Papado debería reflejar la Trinidad, una “Troika papal” compuesta por un católico, un protestante y un ortodoxo, “a través de la cual el papado, la principal molestia de la cristiandad no católica, debe convertirse en el vehículo definitivo para la unidad de todos los cristianos””[viii].
Esta idea habría sido defendida por Ratzinger en su artículo “El Primado del Papa y la Unidad del Pueblo de Dios”[ix], del cual se nos suministran los siguientes fragmentos[x] [las negrillas serán nuestras, las subrayas vienen del original]:
“I. LA BASE ESPIRITUAL DEL PRIMADO Y LA COLEGIALIDAD
El papado no es uno de los temas populares del período posconciliar. En cierta medida él [el Papado] era algo auto-evidente en tanto la monarquía le correspondía en el terreno político. Desde que la idea monárquica se extinguió en la práctica y fue sustituida por la idea democrática, la doctrina de la primacía papal ha carecido de un punto de referencia dentro del ámbito de nuestros presupuestos intelectuales comunes. Así que ciertamente no es casualidad que el Concilio Vaticano I estuviera dominado por la idea del primado mientras que el Segundo se caracterizó principalmente por la lucha sobre el concepto de colegialidad. Por supuesto, debemos agregar inmediatamente que, al adoptar la idea de colegialidad (junto con otras iniciativas de la vida contemporánea), el Concilio Vaticano II trató de describirla de tal manera que la idea del primado estuviera contenida en ella. Hoy, ahora que hemos ganado un poco de experiencia con la colegialidad, su valor y también sus limitaciones, parece que tenemos que comenzar de nuevo precisamente en este lugar para comprender mejor cómo estas tradiciones aparentemente contrarias se relacionan entre sí y así preservar la riqueza de la realidad Cristiana.
1. La Colegialidad como la expresión de la estructura colectiva de la fe
En relación con el debate conciliar, la teología había tratado, en su momento, de entender la colegialidad como algo más que un rasgo meramente estructural o funcional: como una ley fundamental que se extiende a los fundamentos más íntimos y esenciales del cristianismo, y que por tanto se manifiesta de diversas maneras en los niveles individuales del cristianismo tal como éste es puesto en práctica. Fue posible demostrar que la estructura de “nosotros” era parte del cristianismo en primer lugar. El creyente, como tal, nunca está solo: convertirse en creyente significa emerger desde el aislamiento hacia el “nosotros” de los hijos de Dios; el acto de volverse al Dios revelado en Cristo es siempre un volverse también a aquellos que ya han sido llamados. El acto teológico como tal es siempre un acto eclesial, que tiene también una estructura característicamente social.
Por tanto, la iniciación en el Cristianismo ha sido siempre la socialización en la comunidad de los creyentes, convirtiéndose en “nosotros”, lo cual supera al mero “Yo”. Así, Jesús llamó a sus discípulos para formar los Doce, lo cual recuerda el número de tribus en el antiguo Pueblo de Dios, de lo cual, a su vez, constituye un rasgo esencial el hecho de que Dios crea una historia comunitaria y trata con su pueblo como un pueblo. Por otra parte, la razón más profunda de este carácter de “nosotros” del Cristianismo es el hecho de que Dios mismo es un “nosotros”: el Dios profesado en el Credo cristiano no es una autorreflexión solitaria del pensamiento o un “Yo” absoluta e indivisiblemente contenido en sí mismo, sino que es unidad en la relación trinitaria yo-tú-nosotros, de modo que ese ser “nosotros”, como forma fundamental de la divinidad, precede a todas las instancias mundanas de “nosotros”, y la imagen y semejanza de Dios necesariamente se refiere a tal ser “nosotros” desde el principio.
En esta conexión, un tratado de E. Peterson sobre “El monoteísmo como un problema político”, que había sido en gran parte olvidado, volvió a ser materia de interés actual. En él, Peterson trató de mostrar que el Arrianismo era una teología política favorecida por los emperadores porque aseguraba una analogía divina a la monarquía política, mientras el triunfo de la fe trinitaria minó la teología política y removió la justificación teológica para la monarquía política. Peterson detuvo su presentación en este punto; ahora ha sido retomada nuevamente y proseguida con un nuevo pensamiento análogo, cuyo desarrollo básico fue: el “nosotros” de Dios debe ser el modelo para la acción de la Iglesia como un “nosotros”. Esta aproximación general, que puede ser interpretada de varias maneras, en algunos casos se llevó tan lejos como para aducir que, consecuentemente, el ejercicio del primado por un solo hombre, el Papa en Roma, de hecho sigue un modelo Arriano. En sintonía con las tres Personas en Dios, el argumento prosiguió, la Iglesia debe también ser guiada por un colegio de tres, y los miembros de este triunvirato, actuando juntos, serían el Papa. Hubo especulaciones no carentes de ingenio que (aludiendo, por ejemplo, a la historia de Soloviev sobre el Anticristo) descubrieron que de esta forma un Católico Romano, un Ortodoxo y un Protestante juntos podían formar la troika papal. Así apareció que se había hallado la última fórmula del ecumenismo, derivada inmediatamente de la teología (del concepto de Dios), que ellos habían descubierto un modo de cuadrar el círculo, por lo cual el papado, la principal piedra de tropiezo para el Cristianismo no-Católico, tendría que convertirse en el vehículo definitivo para producir la unidad de todos los Cristianos”.
El comentario que se nos plantea frente a estos fragmentos es el siguiente:
“[…] vemos a Joseph Ratzinger llevando esta LOCURA SUSTANCIALMENTE ERRÓNEA hasta el punto de decir que el Ministerio Petrino podría eventualmente incluir a NO CATÓLICOS y así convertirse en el “vehículo definitivo para la unidad de todos los cristianos”. Pero primero, tiene que ser “expandido” en un “ministerio colegial, sinodal””[xi].
Ahora bien, en realidad… ¡Joseph Ratzinger de ninguna manera acoge, suscribe o defiende semejante “locura sustancialmente errónea”! Él la está presentando como un argumento ajeno, no propio. Ratzinger señala que “hubo especulaciones” [no de su parte] “que descubrieron” [nuevamente en tercera persona, no en primera] la posibilidad de una “troika Papal” y dieron a entender así que “ellos [los “especuladores”, y no el propio Ratzinger] habían descubierto un modo de cuadrar el círculo” en cuanto al Papado. ¡La verdadera locura, el verdadero “error sustancial”, es atribuir a Ratzinger una idea que evidentemente le es ajena!
¡Y es que además, las restantes líneas del escrito de Ratzinger se dedican específicamente a desmontar esta disparatada idea de un “troika Papal”, bajo la línea argumentativa de que el “nosotros” de los creyentes no suprime el “yo” ni la “responsabilidad personal” y, por tanto, la estructura unipersonal del Papado no tiene por qué considerarse como opuesta o incompatible con la estructura colectiva de la fe –ni con el carácter trinitario de Dios, Quien en todo caso es de naturaleza personal! Veamos, en efecto, unos fragmentos más [las negrillas y subrayas serán nuestras]:
“2. La base interna del primado: la Fe como testimonio personal responsable
¿Es esta, entonces –la reconciliación de colegialidad y primado– la respuesta a la pregunta planteada por nuestro tema: el primado del Papa y la unidad del Pueblo de Dios? Aunque no necesitamos concluir que tales reflexiones son completamente estériles e inútiles, es claro que son una distorsión de la doctrina trinitaria y una fusión intolerablemente simplificada de Credo y política de la Iglesia. Lo que se necesita es un enfoque más profundo. Me parece que es importante, antes que nada, restablecer una conexión más clara entre la teología de la comunión, la cual se había desarrollado a partir de la idea de colegialidad, y una teología de la personalidad, la cual es no menos importante al interpretar los hechos bíblicos. A la estructura de la Biblia pertenece no sólo el carácter comunitario de la historia creada por Dios, sino también e igualmente la responsabilidad personal. El “nosotros” no disuelve el “yo” y el “tú”, sino que, por el contrario, los confirma e intensifica al punto de hacerlos casi definitivos. Esto es ya evidente en la importancia que tiene un nombre en el Antiguo Testamento –para Dios y para los hombres. Se podría incluso decir que en la Biblia, “nombre” toma el lugar de lo que la reflexión filosófica eventualmente designaría con la expresión “persona”. Correspondiéndose con Dios, que tiene un nombre, esto es, que puede abordar a otros y ser abordado, está el hombre, quien es llamado por nombre en la historia de la revelación y es hecho personalmente responsable. Este principio se intensifica aun más en el Nuevo Testamento y alcanza su significado más pleno, más profundo, a través del hecho de que ahora el Pueblo de Dios se genera, no por el nacimiento, sino por una llamada y una respuesta. Por tanto no hay ya una consigna colectiva como antes, cuando todo el pueblo funcionaba como una especie de individuo corporativo vis-à-vis la historia del mundo, en castigo colectivo, responsabilidad, penitencia y perdón colectivos. El “nuevo pueblo” se caracteriza también por una nueva estructura de responsabilidad personal, que se manifiesta en la personalización del evento cultual: en adelante todos son llamados nombre por nombre en la penitencia y, como consecuencia del bautismo personal que han recibido como persona particular, son también llamados por nombre a hacer penitencia personal, para la cual el “hemos pecado” en general no puede ser ya un sustituto adecuado. Otra consecuencia de esta estructura es, por ejemplo, el hecho de que la liturgia no habla simplemente de la Iglesia en general sino que la presenta por nombre en el Canon de la Misa: con los nombres de los santos y los nombres de aquellos que tienen la responsabilidad por la unidad. […]
Es en sintonía con esta estructura personal, más aun, que en la Iglesia nunca ha habido un liderazgo anónimo de la comunidad Cristiana. Pablo escribe en su propio nombre como el último responsable de sus congregaciones. Pero una y otra vez se dirige por su nombre también a los que tienen autoridad con él y bajo él […]. En esta misma línea, ya al comienzo del siglo segundo (Hegesippus) se compilaron listas de obispos en orden a enfatizar para el registro histórico la responsabilidad particular y personal de aquellos testigos de Jesucristo. Este proceso está profundamente de acuerdo con la estructura central de la fe del Nuevo Testamento: al único testigo, Jesucristo, corresponden los muchos testigos que, precisamente porque son testigos, se levantan por él por nombre. El martirio como una respuesta a la Cruz de Jesucristo no es nada distinto de la confirmación definitiva de este principio de esta radical particularidad, del individuo llamado que es personalmente responsable.
El testimonio implica particularidad, pero el testimonio –como una respuesta a la Cruz y la Resurrección– es la forma primordial y fundamental del discipulado Cristiano en general. Pero adicionalmente, incluso este principio está anclado en la creencia misma en el Dios uno y trino, pues la Trinidad se hace significativa para nosotros y reconocible en primer lugar mediante el hecho de que Dios mismo, en su Hijo como hombre, se hace testigo de sí mismo, y así su naturaleza personal tomó forma concreta hasta el radical antropomorfismo de la “forma de siervo”, de “la semejanza de los hombres” (µoρφἡ δoύλoυ, ὁµoἰωµα ἀνθρώπoυ: Filip. 2:7)”.
La teología Petrina del Nuevo Testamento se encuentra en esta línea de razonamiento, y en ella tiene su carácter intrínsecamente necesario. El “nosotros” de la Iglesia comienza con el nombre de aquel que en particular y como persona pronunció primero la profesión de fe en Cristo: ‘‘Tú eres… el Hijo del Dios vivo’’ (Mt 16:16). Curiosamente, se suele pensar que el pasaje sobre el primado comienza con Mateo 16:17, mientras que la Iglesia primitiva consideraba el versículo 16 como el versículo decisivo para comprender todo el relato: Pedro se convierte en la Roca de la Iglesia como el portador del Credo, de su fe [la de la Iglesia] en Dios, la cual es una fe concreta en Cristo como el Hijo y por ese mismo hecho fe en el Padre y, así, una fe trinitaria, que sólo el Espíritu de Dios puede comunicar. La Iglesia primitiva vio los versículos 17–19 simplemente como la explicación del versículo 16: Recitar el Credo nunca es obra del propio hombre, y por lo tanto, quien dice, en la obediencia de la profesión de fe, lo que no puede decir por sí mismo, puede también hacer y convertirse en lo que no podría hacer y convertirse por sus propios recursos. Esta perspectiva no incluye el “o esto o lo otro” que se sugirió por primera vez en Agustín y ha dominado la escena teológica desde el siglo XVI, cuando se formuló la alternativa: ¿es Pedro como persona el fundamento de la Iglesia, o es su profesión de fe el fundamento de la Iglesia? La respuesta es: La profesión de fe existe sólo como algo por lo cual alguien es personalmente responsable, y por tanto la profesión de fe está conectada con la persona. A la inversa, el fundamento no es una persona considerada de una manera metafísicamente neutra, por así decir, sino la persona como la portadora de la profesión de fe –la una sin la otra perdería el significado de lo que se quiere decir”.
Dejando de lado muchos pasos intermedios en el argumento, podemos decir, entonces: La unidad del “nosotros” de los Cristianos, que Dios instituyó en Cristo a través del Espíritu Santo bajo el nombre de Jesucristo y como resultado de su testimonio, certificado por su muerte y resurrección, es a su vez mantenida por portadores personales de responsabilidad por esta unidad, y se personifica una vez más en Pedro – en Pedro, quien recibe un nuevo nombre y es así levantado fuera de lo que es meramente suyo, precisamente aun en un nombre, a través del cual se le hacen exigencias como una persona con responsabilidad personal. En su nuevo nombre, que trasciende al individuo histórico, Pedro se convierte en la institución que atraviesa la historia (pues la capacidad para continuar y la continuidad están incluidas en este nuevo apelativo), pero de tal manera que esta institución sólo puede existir como una persona y en la responsabilidad particular y personal”.
La institución del Papado solo puede existir como una persona, dice Joseph Ratzinger. ¿Dónde está, pues, su “error sustancial” acerca de la posible conformación “colegial o sinodal” del oficio primacial?
Pero no nos detengamos aquí. Porque hemos recibido otra “prueba” de tal “error sustancial”. Esta vez se trata del libro-entrevista de Peter Seewald, “La sal de la tierra. Quién es y cómo piensa Benedicto XVI”[xii], y concretamente, de la siguiente pregunta-respuesta entre el entrevistador y Joseph Ratzinger (p.189) [el texto entre corchetes y negrillas será nuestro, el subrayado será de quien defiende el “error sustancial”[xiii]]:
“[P] ¿Piensa que el papado seguirá siendo como es ahora?
[R] En su núcleo central, seguirá siendo igual. Es decir, siempre se necesitará un hombre que sea el sucesor de San Pedro, y la persona titular de la última responsabilidad, en apoyo de la colegialidad. Tener un principio personal para que todo no se esconda en el anonimato, y que esté representado en la persona del párroco, o del obispo, que son la expresión de la unidad en el conjunto de la Iglesia, es propio de la naturaleza del cristianismo. Eso permanecerá siempre igual, así quedó definido en los Concilios Vaticano I y II, como responsabilidad del Magisterio para la unidad de la iglesia, de su fe y de su ordenamiento moral. Pueden cambiar las formas de llevar esto a cabo, si las comunidades hasta ahora separadas se incorporasen a la unidad con el Papa. Por lo pronto, el pontificado de nuestro actual Papa, con todos sus viajes alrededor del mundo, ya es completamente diferente al del Papa Pío XII. Pero yo no puedo adelantar nada, ni tampoco quiero hacerlo con respecto a las variaciones que pueda haber en el futuro. Nosotros no podemos prever qué puede pasar en el futuro”.
Nuevamente preguntamos: ¿de qué parte de estas líneas se desprende la supuesta convicción errada de Ratzinger de que el Papado puede ser colegial? ¡En su respuesta él manifiesta, de hecho, todo lo contrario! A saber: un hombre (en singular) como sucesor de San Pedro, persona titular de la última responsabilidad (de nuevo en singular), en total consonancia con la perspectiva de la íntima conexión que existe en la fe católica entre lo personal y lo colectivo, y con la permanencia del dogma declarado en el Concilio Vaticano I, y reiterado en el II, sobre la necesaria singularidad del primado. Que las formas de ejercicio del Papado puedan cambiar NO significa que éste pueda asumir carácter colegial, o transformarse en sus aspectos esenciales (dogmáticos, de derecho divino). De hecho, el cambio entre el estilo papal de Juan Pablo II y el de Pío XII, referido por Ratzinger, en manera alguna toca este aspecto esencial inmutable. ¿De dónde, pues, se extrae un “error sustancial”?
Como si lo anterior fuera poco, en el documento “El primado del Sucesor de Pedro en el misterio de la Iglesia” de 31 de octubre de 1998, elaborado por Joseph Ratzinger como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal reitera enfáticamente el dogma de la Iglesia sobre el Primado de Pedro:
“[…] la imagen de Pedro quedó fijada como la del Apóstol que, a pesar de su debilidad humana, fue constituido expresamente por Cristo en el primer lugar entre los Doce y llamado a desempeñar en la Iglesia una función propia y específica. Él es la roca sobre la que Cristo edificará su Iglesia; es aquel que, una vez convertido, no fallará en la fe y confirmará a sus hermanos, y, por último, es el Pastor que guiará a toda la comunidad de los discípulos del Señor”[xiv].
Nótese que Ratzinger, al hablar de Pedro, usa siempre el singular: “el apóstol, la roca, el Pastor, el primer lugar, no fallará, confirmará, guiará”. Y ello lo confirma abundantemente más adelante, incluso con referencia explícita a la Constitución Dogmática Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I:
“[…] el ministerio de la unidad, encomendado a Pedro, pertenece a la estructura perenne de la Iglesia de Cristo […] En el designio divino sobre el Primado como «oficio confiado personalmente a Pedro, príncipe de los Apóstoles, para que fuera transmitido a sus sucesores» se manifiesta ya la finalidad del carisma petrino, o sea, «la unidad de fe y de comunión» [16: Concilio Vaticano I, Constitución dogmática Pastor aeternus, proemio: Denz-Hün, n. 3051; cf. San León I Magno, Tract. in Natale eiusdem, IV, 2:CCL 138, p. 19] de todos los creyentes. En efecto, el Romano Pontífice, como Sucesor de Pedro, es «el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los Obispos como de la muchedumbre de fieles» y, por eso, tiene una gracia ministerial específica para servir a la unidad de fe y de comunión que es necesaria para el cumplimiento de la misión salvífica de la Iglesia. […] la colegialidad episcopal no se opone al ejercicio personal del Primado ni lo debe relativizar. Todos los Obispos son sujetos de la sollicitudo omnium Ecclesiarum en cuanto miembros del Colegio episcopal que sucede al Colegio de los Apóstoles, del que formó parte también la extraordinaria figura de san Pablo. Esta dimensión universal de su episkopé (vigilancia) es inseparable de la dimensión particular relativa a los oficios que se les ha confiado. En el caso del Obispo de Roma –Vicario de Cristo según el modo propio de Pedro, como Cabeza del Colegio de los Obispos–, la sollicitudo omnium Ecclesiarum adquiere una fuerza particular porque va acompañada de la plena y suprema potestad en la Iglesia […]”.
Prosigamos ahora con lo que se presenta como el último soporte de la primera teoría del “error sustancial” que aquí nos ocupa. Se trata del controvertido discurso emitido por Mons. George Gänswein en mayo de 2016 en la Pontificia Universidad Gregoriana, con ocasión de la presentación del libro de Roberto Regoli, “Más allá de la crisis de la Iglesia. El pontificado de Benedicto XVI”. Veamos los extractos que en este punto se nos brindan[xv] [subrayas y negrillas en el original]:
“Fue “el paso menos esperado en el catolicismo contemporáneo”, escribe Regoli, y sin embargo una posibilidad que el cardenal Ratzinger ya había sopesado públicamente el 10 de agosto de 1978 en Munich, en una homilía con motivo de la muerte de Pablo VI. Treinta y cinco años más tarde, no ha abandonado el Oficio de Pedro – algo que le habría sido completamente imposible después de su aceptación irrevocable del oficio en abril de 2005. Por un acto de valentía extraordinaria, en cambio, ha renovado este oficio (incluso contra la opinión de bien intencionados y sin duda competentes consejeros), y con un último esfuerzo lo ha fortalecido (como espero). Por supuesto, sólo la historia demostrará esto. Pero en la historia de la Iglesia seguirá siendo cierto que, en el año 2013, el famoso teólogo en el trono de Pedro se convirtió en el primer “papa emérito” de la historia. Desde entonces, su papel —permítanme que lo repita una vez más— es completamente diferente al del santo Papa Celestino V, por ejemplo, quien después de su renuncia en 1294 habría querido volver a ser un ermitaño, convirtiéndose en cambio en un prisionero de su sucesor, Bonifacio VIII (a quien hoy en la Iglesia debemos la instauración de los años jubilares). Hasta la fecha, de hecho, nunca ha habido un paso como el que ha dado Benedicto XVI. Así que no es de extrañar que haya sido visto por algunos como revolucionario, o por el contrario como totalmente coherente con el Evangelio; mientras que otros ven el papado de esta manera secularizado como nunca antes, y por lo tanto más colegial y funcional o incluso simplemente más humano y menos sagrado. Y aun otros opinan que Benedicto XVI, con este paso, ha casi –hablando en términos teológicos e histórico-críticos– desmitologizado el papado”.
Estas líneas han querido leerse a la luz de la pretensión de “demitologización” del Papado discutida a lo largo de la ya citada tesis doctoral de J.M. Miller, siendo tal “demitologización”, en realidad, una desnaturalización, un atentado dirigido específicamente, en este caso, contra uno de los elementos esenciales e inalterables del Papado: su singularidad. Sin embargo, hemos visto ya, de una parte, que estas pretensiones de “demitologización” no fueron defendidas por el propio Ratzinger, sino por otros de los autores mencionados por Miller[xvi] y de la otra, que Ratzinger mismo defendía constante y enfáticamente la configuración unipersonal del oficio primacial.
¿Cómo entender, entonces, las palabras de Gänswein, sin desconocer la demostrada ortodoxia de Ratzinger respecto de la singularidad del Papado? Vamos poco a poco, fragmento por fragmento del discurso de Gänswein[xvii] [resaltados nuestros]:
“¡Eminencias, Excelencias, queridos Hermanos, Señoras y Señores!
Durante una de las últimas conversaciones que el biógrafo del Papa, Peter Seewald de Munich, pudo tener con Benedicto XVI, al despedirse de él, le preguntó: “¿Es usted el final de lo viejo o el principio de lo nuevo?”. La respuesta del Papa fue breve y segura: “Lo uno y lo otro”, respondió. La grabadora ya estaba apagada; por eso este intercambio final no se encuentra en ninguno de los libros-entrevistas con Peter Seewald, ni siquiera en el famoso La luz del mundo. Sólo apareció en una entrevista que concedió al Corriere della Sera tras la dimisión de Benedicto XVI, en la que el biógrafo recordaba aquellas palabras clave que son, en cierto modo, una máxima del libro de Roberto Regoli que aquí presentamos hoy en la Gregoriana.
De hecho, debo admitir que tal vez sea imposible resumir el pontificado de Benedicto XVI de una manera más concisa. Y quien lo dice, a lo largo de los años, ha tenido el privilegio de experimentar de cerca a este Papa como un “homo historicus”, el hombre occidental par excellence que ha encarnado como ningún otro la riqueza de la tradición católica; y, al mismo tiempo, ha sido lo suficientemente atrevido como para abrir la puerta a una nueva etapa, a ese punto de inflexión histórico que nadie hace cinco años podría haber imaginado. Desde entonces, vivimos en una era histórica que en los 2000 años de historia de la Iglesia no tiene precedentes.
Como en tiempos de Pedro, también hoy la Iglesia una, santa, católica y apostólica sigue teniendo un Papa legítimo. Pero hoy vivimos con dos sucesores vivos de Pedro entre nosotros, que no están en una relación competitiva entre ellos y, sin embargo, ¡ambos tienen una presencia extraordinaria! Podemos añadir que el espíritu de Joseph Ratzinger ya había marcado de forma decisiva el largo pontificado de san Juan Pablo II, a quien sirvió fielmente durante casi un cuarto de siglo como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Mucha gente aún hoy sigue viendo esta nueva situación como una especie de estado excepcional (no regular) del oficio divinamente instituido de Pedro (eine Art göttlichen Ausnahmezustandes).
[…]
Desde febrero de 2013, el ministerio papal ya no es lo que era antes. Es y sigue siendo el fundamento de la Iglesia Católica; y sin embargo es un fundamento que Benedicto XVI ha transformado profunda y permanentemente durante su pontificado excepcional (Ausnahmepontifikat) […].
Era la mañana de ese mismo día [febrero 11 de 2013] cuando, por la tarde, un relámpago con un estruendo increíble golpeó la punta de la cúpula de San Pedro colocada justo sobre la tumba del Príncipe de los Apóstoles. Rara vez el cosmos ha acompañado de manera más dramática un punto de inflexión histórico. […]”.
Párrafos más adelante, Gänswein insiste en el “paso espectacular e inesperado”, de “significación histórica milenaria” que dio Benedicto con su “renuncia”, comparándolo incluso con la divina maravilla de la Inmaculada Concepción.
Entonces, ¿habremos de entender que lo “histórico”, “milenario”, “espectacular e inesperado”, “sin precedentes” y “excepcional” en el sentido de que Benedicto XVI se puso a sí mismo por encima de la Palabra Eterna de Dios, Quien escogió a uno solo de los apóstoles como Papa, y en él, a sus sucesores perpetuos[xviii]?
¡Por supuesto que no! Como bien lo ha explicado Andrea Cionci[xix], la paradójica afirmación de Gänswein de que la Iglesia “sigue teniendo un Papa legítimo” y a la vez “dos sucesores vivos de Pedro” sólo puede entenderse en el sentido de que uno de los dos es un antipapa – y éste sería Francisco, pues fue electo sin que Benedicto hubiese renunciado al munus, es decir, sin que la Sede hubiese quedado vacante. Notemos que el propio Gänswein nos advierte del hecho de que el Papa Benedicto renunció específicamente al ministerium, y no al munus, así como de la inadecuada traducción de esta última palabra por parte del Vaticano:
“La trascendental renuncia del papa teólogo representó un paso adelante principalmente por el hecho de que, el 11 de febrero de 2013, hablando en latín ante los sorprendidos cardenales, introdujo en la Iglesia católica la nueva institución del “papa emérito”, afirmando que sus fuerzas ya no eran suficientes “para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”. La palabra clave en esa declaración es munus petrinum, traducida, como sucede la mayoría de las veces, con "ministerio petrino". Y sin embargo, munus, en latín, tiene multiplicidad de significados: puede significar servicio, deber, guía o don, incluso prodigio. Antes y después de su renuncia, Benedicto entendió y entiende su tarea como participación en tal “ministerio petrino”. Ha dejado el trono papal y, sin embargo, con el paso dado el 11 de febrero de 2013, no ha abandonado en absoluto este ministerio. En cambio, ha complementado el oficio personal con una dimensión colegial y sinodal, como un ministerio casi compartido (als einen quasi gemeinsamen Dienst) […]”.
Tal “dimensión colegial y sinodal” del oficio personal es, desde luego, una situación meramente aparente, de hecho (de facto), no de derecho (de iure). Gänswein explícitamente precisa que “Desde la elección de su sucesor Francisco, el 13 de marzo de 2013, no hay dos papas, sino de facto un ministerio ampliado, con un miembro activo y otro contemplativo”.
Según esta línea discursiva, Benedicto conservó su nombre papal, el apelativo “Su Santidad” y su residencia en El Vaticano, por la sencilla razón de que “él no ha abandonado el Oficio de Pedro […] sino que ha renovado este oficio”. Y esta renovación NO obedece a lo que sería el efecto jurídico de un acto (imposible) de “bifurcación del Papado”, SINO al efecto práctico de una “renuncia al pontificado” deliberadamente inexistente/inválida.
Lo “excepcional” se refiere, pues, al hecho de que el Papa verdadero se encuentra en situación de parálisis, de práctico aprisionamiento, mientras el usurpador está apoderado de la estructura de la Iglesia, engañando, decepcionando y escandalizando a muchos –especialmente a los que culpablemente permanecen ciegos ante la realidad de los hechos. Pero en todo caso, la Silla de Pedro se mantiene jurídicamente salvaguardada en su legítimo titular, invulnerable a las puertas del infierno, y seguirá en pie como fundamento perpetuo e indestructible de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica[xx].
¿Y por qué Benedicto habría actuado de semejante manera? ¿Por qué habría emitido a conciencia una renuncia inexistente/inválida, para luego conservar elementos de indiscutible dignidad pontificia, y a la vez abordar a Francisco como “Santo Padre” –título también pontificio– y permitir el despliegue de sus satánicas maniobras?
La pregunta excede el ámbito canónico de la presente disertación, y además ha sido resuelta ya en otras oportunidades[xxi]. De modo sucinto, respondemos que, en nuestro entender, se trata del rol que El Cielo mismo ha delegado en el Santo Padre en la purificación final de la Iglesia, y que en todo caso se acompaña de las señales necesarias, emitidas por Benedicto a través de un lógico y a la vez sutil sistema comunicacional, para que quienes tienen ojos para ver, vean –y quienes no, sean burlados.
Pero, independientemente de este sistema comunicacional, lo cierto es que, en lo teológico y en lo jurídico, existen evidencias abundantes y absolutamente convergentes en punto de la fiel y rigurosa ortodoxia de Ratzinger respecto de la unipersonalidad del primado, las cuales a la vez demuestran la total inadmisibilidad de la teoría del “error sustancial” ligada a la extravagante herejía del “Papado colegial o sinodal”[xxii]
Analicemos ahora la segunda teoría del “error sustancial”, vinculada a los conceptos de “poder de orden” y “poder de jurisdicción”.
Notas
[i] Cfr. https://www.barnhardt.biz/2016/06/; https://lesfemmes-thetruth.blogspot.com/2017/05/guest-post-invalid-abdication.html.
[ii] Vista previa disponible en: https://books.google.com.co/books?id=njXIJaDZhV4C&printsec=frontcover&hl=es#v=onepage&q&f=false.
[iii]https://www.youtube.com/watch?v=VVU3qtmT-gU&t=5198s; minuto 57: 33 aprox.
[ix] En: Communio 41 (Primavera 2014); pp. 112-128. Disponible en inglés aquí: https://www.communio-icr.com/articles/view/the-primacy-of-the-pope.
[xii] Consultamos aquí la 5ª edición, Editorial Palabra, 211p.
[xiii]https://www.youtube.com/watch?v=VVU3qtmT-gU&t=5198s; minuto 1:09:40 aprox.
[xvi] El Papado sí está sufriendo ahora una “desmitologización”, pero no por parte de Joseph Ratzinger, sino de Francisco y sus secuaces. De hecho, la demolición del Papado es el golpe final en el plan masónico de destrucción de la Iglesia, en lo estructural –pues en lo sacramental, el golpe final es la abolición del Sacrificio Perpetuo–, y ya se están dado los pasos concretos a través del infame “camino de la sinodalidad”. Respecto de este plan, véase: MELONI, Julia. The St. Gallen Mafia: Exposing the Secret Reformist Group Within the Church. TAN Books, 2021, 168p.
[xvii] https://aleteia.org/2016/05/30/complete-english-text-archbishop-georg-gansweins-expanded-petrine-office-speech/; https://www.acistampa.com/story/bendetto-xvi-la-fine-del-vecchio-linizio-del-nuovo-lanalisi-di-georg-ganswein-3369; https://web.archive.org/web/20180828113915/http://www.kath.net/news/55276.
[xviii] Cfr. Mt 16,18-19; Jn 21,15-17; Segundo Concilio de Lyon; Concilio Ecuménico de Florencia; Concilio Vaticano I, Constitución Dogmática Pastor Aeternus; Concilio Vaticano II, Lumen Gentium.
[xx] Al respecto, resultan significativas dos frases de Gänswein: de un lado, su alusión al lema “cooperatores veritatis” que fuera adoptado por Ratzinger como arzobispo de Múnich y Frisinga, y del otro, su mención de lo declarado por Benedicto en su Audiencia General de 27 de febrero de 2013, en el sentido de que, dado que la Barca es de Cristo, aun cuando parece que Él duerme, los creyentes no tenemos porqué entrar en pánico. Podría decirse que Benedicto y Francisco son “cooperadores de la verdad” pues, aunque sus obras y actitudes respecto a la Iglesia son diametralmente opuestas, ambas contribuyen a su manera a la purificación final que actualmente aquélla atraviesa. Y también cabría señalar que el Papa verdadero, al igual que Cristo, parece dormir en su situación de “Sede impedida”, pero lo cierto es que con ello está dirigiendo, de manera extraordinaria e inédita, el timón de la Barca.
[xxi] Cfr. nuestro ya referido libro Benedicto XVI: ¿Papa “Emérito”?, así como la investigación Papa-Antipapa de Andrea Cionci, conformada por 60 artículos: https://www.byoblu.com/2022/01/07/papa-e-antipapa-linchiesta-fango-di-40-anni-fa-contro-papa-ratzinger-il-tragico-boomerang-dei-pro-bergoglio-parte-60/.
[xxii] Pues, ¿qué sentido tiene que alguien que durante años ha defendido enfáticamente el dogma de la unipersonalidad del Primado –y ello incluso al nivel de la Sagrada Congregación encargada de la salvaguarda de la fe–, repentinamente “cambie de opinión” y ejecute un acto de bifurcación del Papado? Esta suposición es verdaderamente absurda, indemostrada e indemostrable.
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