Un hombre de Fe es una persona de resoluciones firmes; eso no es terquedad, sino dirección, sentido, propósito: saber lo que se quiere, lo que se requiere y, en consecuencia, a dónde se va y a dónde no se debe ir.
Un hombre de Fe es una persona sujeta a La Voluntad Divina y, por ello, aún en medio de tribulaciones, de verse abocado a pasar por sendas de amargura, de incomprensión y de injusticia, avanza confiado en las Promesas y en la Palabra indefectible del Señor, mientras se dice a sí mismo en el fragor y en el crisol de las pruebas: «Espera en el Señor, confía, ten fe. Espera en el Señor. La Esperanza no defrauda».
Un hombre de Fe es, por lo tanto, una persona fuerte, un auténtico hijo de Dios, que «libra el buen combate» y culmina la carrera.
Concédeme, Señor, la gracia de ser un auténtico hijo Tuyo: un hombre de Fe.
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